martes, 22 de octubre de 2013

Tartagal is on fire*

En 1990 Carlos Menem -fiel a su estilo caudillo celebrity- dijo: “No sé si voy a sacar al país del problema económico. Pero seguro que voy a hacer un país más divertido” y cumplió.
Esa es la cita que abre la segunda parte de Los Pibes Suicidas (Fabio Martinez, editorial Nudista) cuando ya sabemos que sus protagonistas (Martin, el Culón, el Porteño, y la Gringa) podrían haber sido menemistas en sentido estricto: los asfixió la realidad y la impotencia para modificarla, y se volcaron a las fiestas descontroladas y a la cocaína. Las fiestas como intento desesperado de llenar el vacío existencial, las fiestas como última representación de lo que alguna vez fueron, de los años realmente felices; la cocaína como forma de sobrellevar el caos y aturdir el cerebro para hacerlo sangrar las heridas del pasado. Porque ahora están desencantados. Y Tartagal va a arder.

Tartagal (el lugar principal donde se desarrolla la historia) está a punto de arder. Lo advierte el Porteño en insistentes premoniciones desoídas por los demás, no por imposibles, sino por incomprensibles por capricho y ceguera: ninguno quiere que su ciudad, como el todo el país, estalle en llamas. Pero el final está latente desde el principio. Desde el título.

Martín es el protagonista principal y es el único que además de apodo, tiene nombre. Además de nombre tiene pasado, tiene presente (las fiestas, las resacas insoportables, la adicción a la autodestrucción por falta de valentía para saltar de una vez y para siempre desde un puente, ese puente: el puente desde el cual un amigo se mató, el puente donde Martín se sienta a sentir el dolor de todo su cuerpo -que oculta el que siente por dentro y al que no puede matar- y a tirar cigarrillos encendidos para ver cómo bailan con el viento) pero, digámoslo de una vez, no tiene futuro. Tartagal va a arder.



Con el cierre de YPF mucha gente en Tartagal se quedó sin trabajo, muchos pueblos fueron condenados al olvido (una planta rodadora a mi derecha), los trenes dejaron de pasar, el padre de Martín también sufrió la misma injusticia y ahora le reclama a su hijo que haga algo con su vida (alguna vez tuvo una revista hasta que la plata se agotó y todo el mundo se lo recuerda: ¿para cuándo la próxima revista? Para cuando alguien ponga un peso), que no pueden creer que él sea el chico inteligente de buenas notas en el colegio, que por qué mierda no es como su hermano (que aparece por ahí para recordarle a Martín y a todo nosotros como destruyó su vida y no le importa –en realidad sí le importa, pero no puede escapar de ella-). Y Menem lo hizo: “estamos mal, pero vamos bien” (1990).


Los Pibes Suicidas podría ser una crónica de época, pero más se ajusta al concepto de novela generacional, si uno vivió en Tartagal y sufrió el cierre de YPF, si uno sospecha que Martín es el mejor de todos ellos y que por eso se merecía un lugar mejor, si uno puede escuchar Hermética y ver como uno de sus amigos acuchilla a un perro en la primer escena, antes que la historia se desarrolle, como las escenas de un capítulo anterior que anuncian que lo que sigue no será más esperanzador, que no habrá final feliz ni sonrisas, porque al final, todos los sabemos, Tartagal va a arder.

*Escrito para Cualquiera Radio

El mecanismo Centeno*

La imagen que a todo el mundo le evoca Los Centeno (Pablo Natale, editorial Nudista): un rompecabezas, pero no cualquiera, sino un rompecabezas que está obsesionado con armarse a sí mismo aún siendo consciente de que le faltan piezas fundamentales o, peor aún, de que le sobran.

La historia que arrancó siendo de cuatro (Jimena, Archie, Graciela, Marcelo) y que se multiplicó hasta el cansancio con el único objetivo de abordarlos a todos, Los Centeno (prepárense porque la lista es larga): Cristian, Recabarren, Usandizaga (que termina siendo Mita del Valle, una travesti encantadora que además es jugador de fútbol) Alejandrito, Rocío, Ernesto Chico, Ernestina Grande, los Adictos Anónimos al Afecto, y dos estudiantes de cine y uno de letras, narra en fragmentos escogidos al azar momentos de su vida que nunca se completan porque no lo necesitan, son tan poderosos, ellos, que pueden vivir en el caos enigmático de la incompletitud.

Así Los Centeno es un apellido, es un libro (El Guardián entre el Centeno), un programa de radio y un dibujo imposible (llamado Filas de Centeno), un pedazo de pan, una planta, un posible nombre para un grupo de personas que se declara adictos (anónimos) al afecto (seres maravillosos y obsesivos), una calle que en una esquina lleva escrita la palabra nostalgia, una palabra en el diccionario que salva una partida de scrabble.


¿Por qué el rompecabezas es consciente de sí mismo? Porque de a momentos tiene la valentía y la arrogancia de contarse a sí mismo colándose en la historia en detalles que parecen insignificantes, como dando indicios de que sabe de qué habla: Graciela cuida a una señor mayor y -página 15- “la señora estaba cada vez peor, tenía la memoria cada vez más rota, como si fuese un rompecabezas debajo de una cascada” (¿acaso no son, los mismos Centeno, un rompecabezas debajo de una cascada?); Graciela colecciona cartas que va a encontrando –página 31- “Le gusta recoger naipes perdidos. Imaginarse que, algún día, completará el mazo con naipes encontrados en las veredas y en las calles” (lo mismo que soñamos con Los Centeno, que, algún día, se completen todas sus historias). Y por último, en la página 105, la teoría asoma como una tibia explicación del mecanismo Centeno: “Aunque a veces es bueno que lo que sucede en el cina, en la radio, en el reino animal, en la música, parezca irse por las ramas. Da tranquilidad. Es menos obsesivo, menos agobiante. Parece como si todo pudiese haber sido distinto, como si las partes más inconexas de un todo fuesen, justamente, las que hacen maleable a ese todo , plástico, móvil”.


Y lo mejor de todos los personajes es que el mundo parece sobrarles, porque están incapacitados para crecer, porque aplican toda su vida en misiones que a fines legales y burocráticos son, no sólo inútiles sino también peligrosos: un dibujo, una sexualidad, un dilema familiar, un futuro incierto. Y lo curioso –y triste- es que cuando su mundo privado se les termina, Los Centeno se vuelven útiles para el sistema. Pero no los hace menos inteligentes, pero eso no les agota la suerte porque sin que lo sepan van recorriendo caminos parecidos, o iguales, como aquel banco de escuela en el que terminan sentándose Cristian Centeno, Ernestina de Verdad, Alejandrito Centeno y Esteban Svenson; un banco ubicado en un rincón del aula, en ese rincón desde el que todo puede verse, aunque uno esté con los brazos cruzados, durmiendo, soñando con borradores gigantes.



*Escrito para Cualquiera Radio

sábado, 5 de octubre de 2013

La sonrisa de Jake Bugg

Jake Bugg le tiene miedo a los zombies  y a Jake Bugg no le interesaba la música (lo entusiasmaba el fútbol y sólo pensaba en eso) y Jake Bugg encontró su nueva pasión mirando Los Simpson y escuchando a Don McLean cantando Vincent en ese episodio (nº 307 temporada 14) y ahora es una estrella y promesa del mundo de la música. Pero Jake Bugg no sonríe. Nunca sonríe.

Jake Bugg se compró una guitarra a los 14 años y su tío le enseñó a tocar y ahora Rolling Stone dice que Jake Bugg hizo lo mismo que Adele y Amy Winehouse (traer a este tiempo sonidos del pasado y convertirlos en un éxito) y Jake Bugg estuvo número 1 el otoño -el otoño de los ingleses- pasado y no le preocupa que su público sea mayor a su edad (nació en 1994) porque “pongo un montón de chicas jóvenes en el frente y listo” cancherea Jake Bugg como pocos, pero no sonríe. Nunca sonríe.



Para Aristóteles (sí, voy a hablar de Aristóteles) el humor cómico nace de cierto engaño  y desconcierto ante lo que nos atrapa desprevenidos y no nos hace daño, pero parece que a Jake Bugg le enseñaron a ser previsor y, esto no parece –es seguro-, las cosas le hacen daño: en Broken se lo ve de espaldas en un bar viendo a una pareja cantar una tan alegre como descontextualizada canción country mientras desplegan un amor empalagoso y sobre cargado de sonrisitas <<demostrémosle-al-mundo-cuanto-nos-amamos>> (tanto así que son mirados con un desprecio absoluto por parte de la moza) en un lugar lleno de almas perdidas y viejos motoqueros con mujeres resignadas al dolor, a los golpes, y al miedo. Sube Bugg al escenario y no sonríe. Nunca sonríe. Mira a su público ausente como sintiendo en él mismo todo su dolor, los mira con esa mirada seria y ¿triste? ¿melancólica? mientras dos señores gordos de campera de cuero quieren agarrarse a trompadas y mientras toca su guitarra acústica. Una mujer con ojeras, despeinada y triste, se toma el último trago de whisky y tiene un cigarrillo en la mano, Jake Bugg está con su peinado de fracasado-top-podría-ser-el-quinto-artic-monkey mirando a la nada y toda su tristeza se hace evidente: I'll wait here, for you, for I'm broken down /I'm coming down this time for my heart lies / Far and away where they took you down. /Let them over to your house / Where I'm broken. Jake Bugg está roto.



Y que lo esté hace sospechar a todo el mundo sobre su supuesta depresión, pero por
suerte existe una usuario de YouTube llamada MarcyValentine que publica el 2 de Febrero de este año: “Everyone says jake bugg looks really depressed so I made another  (posta, ya había hecho uno antes y, esperen: lean un poco más abajo) video proving the fact that he isn't and actually does smile :D” (las no-mayúsculas en el nombre y la carita feliz corresponden al original) como copete de un video que reúne fotos de Bugg sonriendo [i]
Y como si fuera poco, en los comentarios, fuera de sí, advierte: “Well I found enough to make two amazing videos + yaaayyyy :D” ¡¿"Yaaayyyy", Marcy Valentine!?, ¿en serio?

En serio.



Pero el problema no es, en realidad, que Jake Bugg no sonría, porque “el que es gracioso y distinguido se comportará, pues, como si él fuera su propia ley. Tal es el término medio, ya se lo defina por su tacto o por su viveza de ingenio” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, IV, 8) y si Jake Bugg no es ingenioso al menos no puede decirse que no tenga tacto: le dijeron que se anotara en Britain’s got Talent o The X Factor pero no quiso porque “nunca estuve interesado en eso. Ellos no escriben sus propias canciones, así que no había nada ahí para mi” (en realidad él, técnicamente, tampoco lo hace: las co-escribe con profesionales como Ian Archer); la BBC le dio un espacio en 2011 en el escenario de bandas nuevas de Glastonbury; llamó la atención del encargado de nuevos talentos (Jamie Nelson) de Mercury Records; Noel Gallagher fue uno de los primeros en darle una oportunidad y fue artista soporte de High Flying Birds; y ahora con 19 años es una celebridad y tiene una pareja modelo que tiene la cara de la novia de chucky (quizás, en la enumeración, lo de la cara de novia de chucky no sea tan bueno). Pero, ya se los dije, Jake Bugg no sonríe.




Según Hobbes (filósofo, teórico del absolutismo político, y la persona que menos confía en el género humano: "El hombre es para el hombre como un lobo, ¡y como una hiena!"), la risa adopta cuatro situaciones: 1) se ríen los hombres deseosos de aplauso con las cosas que hacen bien, 2) con sus propios chistes, 3) de las debilidades de los demás, y 4) de las gracias cuyo ingenio consiste en un elegante descubrir y representar en nuestras mentes algún absurdo ajeno. Y a pesar de que Bugg tuvo la oportunidad de reírse de los One Direction, no sólo la dejó pasar sino que además se vio amenazado por un muñeco de una perrita cabezona. Así como leen.

Dijo en una entrevista que los 1D eran terribles (‘La gente los llama los nuevos Beatles porque impactaron en Estados Unidos, pero eso no significa nada. Quiero decir, ellos deben saber que son terribles. Ellos deben saber… que hacerse llamar las nuevas estrellas de rock es algo ridículo, y la gente debería dejar de hacerlo. ¿Quién rayos lo dice? Estoy seguro que ellos se ríen y piden más, pero es fácil ¿o no? Cuando no tienes que escribir ninguna canción’), ellos (que entre los cinco no hacen un *Justin Bieber*) twittearon que si en serio él pensaba que decir eso lo hacía más indie: Do you think slagging of boys bands makes you more indie? y la controversia siguió por todos los medios ingleses sin la más mínima sonrisa.




Excepto por esto: el 28 de Septiembre pasado una directioner (la fuerza para-policial muy estilo SS de los One Direction –son como las beliebers pero en lugar de admirar a un solo *Bieber*, creen por ejemplo en el romance ficticio y deseado entre Harry Styles y Louis Tomlimson [como si las SS hubiesen fomentado un romance entre Hitler y Goebbels[ii]) llamada biancalovesLps subió un video a Youtube donde una perrita cabezona hace un llamado a la población mundial para pedir la discusión de un tema de importancia crucial y urgente (¿a quién le importa, llegado este punto, el conflicto en Siria?): hay que vengarse de Jake Bugg. El video no sólo dura 6:43 bizarros e insoportables minutos sino que además se desarrolla en video-llamada con otra perrita cabezona llamada Brooklyn -o algo así. (Esta es la juventud que va a gobernar el mundo: biancalovesLps y Brooklyn -o algo así)

La tan mentada venganza contra Bugg consiste en imprimir una imagen ampliada del músico dylan’s style y llevar a cabo el viejo y poco eficiente método de pegarla en un blanco y llenarla de dardos (de los siete que la cámara toma sólo le pegan 3) para luego arrugarla y mojarla en la pileta del baño donde la tinta roja del fondo de la imagen se corre y biancalovesLps dice con tono agudo y burlón: “oh, Jake Bugg is bleeding. Oh, Jake Bugg is bleeding”, hasta que la perrita blanca y cabezona con manchas marrón claro mirando a cámara concluye: “Ok, Jake Bugg está muerto, bueno, no el real, aunque yo no voy a salir a la calle a matarlo, hablarle, o twittearle porque yo no soy ese tipo de persona”. Es obvio que las directioner tienen mucho tiempo libre[iii], igual gracias por la magia biancalovesLps y gracias Brooklyn -o algo así por tu participación especial pero, saben qué: Jake Bugg en la imagen bastardeada no está sonriendo.



Edward del Bono (autor del pensamiento lateral) dice acerca del humor: "La estructura hace que la mente actúe linealmente, la única actitud espontánea del pensamiento lateral es el humor. La salida de la risa es oblicua. Te reís cuando descubrís el camino de la solución al origen… cuando te cae la ficha" y ese camino para Jake Bugg es el T in the Park 2013, frente a su público que grita, que aplaude, que llora, que canta las canciones en un rezo infinito y country. Ahí, el hombre que canta a la Bob Dylan y que le gusta todo de su apariencia, que le gustaría volver a vivir en Notthingam, el hombre que le gustan las flores amarillas y disfrazarse de Robin Hood, el hombre que habla y parece tímido e introvertido, el hombre al que nunca se le tensan los labios para dejar ver sus dientes, ahí, justo ahí y solamente ahí, el hombre luz de relámpago sonríe.






[i] Seamos sinceros, perdón MarcyValentine, tu intensión fue buena, pero hay fotos en las que casi no se le ve la boca: ¿cómo sabes que sonríe?
[ii]El autor sabe que la comparación a) es fuerte e innecesaria y b) roza el mal gusto, pero no es la primera vez que hará una comparación así a lo largo del texto.
[iii] Ahora que lo nota, el autor advierte que quizás ellas tengan casi tanto tiempo al  pedo como él, que se puso no sólo a escribir todo esto que nadie le pidió y que probablemente a nadie le interese, sino que también vió todos los videos sobre Jake Bugg y no eran los videos precisamente más populares ¿vieron la cantidad de visitas de biancalovesLps?

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El grito del feminismo pop o cómo ser Caitlin Moran

Caitlin  Moran mira desde la tapa de Cómo ser mujer directamente a la cámara. Tiene un mechón blanco que acompaña al pelo que le cae hacia su izquierda, un saco negro y, debajo, una remera roja con círculos blancos. Mira con sus ojos azules enormes y delineados, su boca ancha, sus lejas levantadas, desafiante, como dejando en claro que sí, que dentro de ese libro contó muchas de las cosas que le pasaron -que tuvo que pasar- y como casi todas ellas la hicieron la mujer que hoy es: columnista estrella de The Times, miembro del fenómeno periodístico Tits and Wits (Tetas y Cerebro), premio 2010 a mejor columnista, y premio 2011 (todos premios otorgados a la prensa británica) a mejor crítica y mejor entrevistadora, madre, esposa, irónica y maravillosa. Mira a la cámara siendo perfectamente consciente de su ironía, su descontrol, su inteligencia, su condición de mujer: ¿Y? Estoy esperando que digas algo de mí.Soy Caitlin Moran.



Nació en 1975 en Wolverhampton, eran en total 8 hermanos y eran (viviendo casi exclusivamente del subsidio por discapacidad del padre) pobres, muy pobres. Lo más parecido a una torta de cumpleaños que recibió fue una bagette partida al medio con queso Philadelphia, se vestía con la ropa de la madre (lo que se hizo aún más insoportable cuando llegó a la adolescencia y no sólo el resto del mundo tenía que verla vestida de otra época sino que además también llevaba ropa interior destruida y usada),  jugaban con la hermana a las muñecas y fingían que asaltaban los yates de la clase alta y se peleaban por el único hombre en la ficción: un Action Man cojo y abandonado.

De adolescente no la pasó bien: la perseguían en los parques y le tiraban piedras, ella no era conscientemente gorda y creía que podía ocultarlo con ropa abultada y con un hablar acelerado y lleno de hipervínculos culturales, televisivos y ultra pops, hasta que el primer amor de su vida le preguntó si tenía un apodo en el colegio, ella respondió que sí, y el agregó:

_¿Te llamaban gordi?_

No, no la llamaban gordi pero, eso, a esa altura, tampoco importaba demasiado. La madre no creía en la medicina (lo que resultó de pésima ayuda en la época de la menstruación) <<El desodorante da cáncer. Y tú no quieres eso>> son algunos de los consejos que le da; la única compañía de Caitlin es su perra pero “la perra se lame la entrepierna” cuando Caitlin le habla y eso la “entristece un poco”; habla con su hermana Caz y al principió se llevan pésimo pero después se vuelve una gran e importante influencia, tanto así que está presente en casi todos los capítulos del libro.

Cómo ser Mujer narra la historia de Caitlin Moran acompañada de sus sarcásticas reflexiones, siempre dejando al descubierto lo difícil que es ser mujer, lo que a ella le costó, pero sin caer en el feminismo pesado ni en las largas declamaciones filosóficas (de hecho hasta se la ha tildado de superficial [“Sí, soy una exitosa mujer de clase obrera. Tengo un collar de oro donde puedes leer: SOCIALISTA”] y de machista), y diciendo lo que ella piensa, sabe, y se sube a un banquito (el banco de la prensa mundial) para gritarlo: que es feminista (que todas las mujeres deberían serlo), pero que su feminismo está alejado de las viejas discusiones y mujeres con bigote y mal vestidas y se acerca más a lo siguiente: sí, son mujeres y tienen problemas, incluso más que los hombres, pero la mejor manera de solucionarlos es exponerlos frente a toda la sociedad y reírse de ellos. Lo que Moran demuestra es que es mucho más eficaz una ironía o un comentario ácido bien construido que una charla interminable entre cuatro feministas que se ahogan en un cuarto con el humo del cigarrillo y se parecen al Partido Obrero.

Y Moran del P.O no tiene nada. Vivió de pub en pub, viaja en jet con Lady Gaga (se hicieron amigas y Moran le dedica casi el capítulo completo titulado Modelos a seguir y lo que hacemos con ellos) se colapso en una entrevista exclusiva a Radiohead pasada de marihuana y protagonizó el escándalo de ser acusada de racista: a Lena Dunham la tildaron de discriminadora por no incluir personajes negros en su serie (Girls) y Moran usó una de sus columnas para defenderla. “La gente había sido amable conmigo durante 20 años y, de golpe, fui una perra racista. Me resistía a caer en el tópico aquel de <<pero yo tengo amigas negras>>, hasta que una amiga negra me dijo: <<Ok, esto es lo que vamos a hacer. Me voy a echar en el suelo, apoyarás tu pie sobre mi cuello, sacaremos una foto y la twittearemos, perra racista. Pondremos: así es como Caitlin Moran trata a las negras feministas>>. Ahí, se acabó mi inquietud”



El relato está plagado de referencias pop (la sobre carga de referencias es una marca de estilo del fenómeno tits and wits), tanto así que hasta la traductora parece agotarse: página 78, segunda nota de la traductora al pie (N. de la T) “veáse la nota 1 de la página 34” escribe en un recurso que vuelve a usar en las páginas siguiente cuando las referencias se repiten.

Un dato importante es que a pesar de la carga de feminismo propia de la autora, la novela no sólo fue un éxito en términos de mercado, sino que además tuvo un índice de ventas online descomunal, la razón: los hombres compraban el libro en versión digital para ahorrarse la vergüenza de pasearse con un libro titulado Cómo ser Mujer.

Moran es una Lena Dunhamn sin la carga de insoportable melancolía e histeria, Moran es Amy Winehouse sin la música y la sobredosis, Moran es Malena Pichot si la Malena Pichot a) fuera algo más que una concheta resentida abandonada por su novio, b) hubiese trabajado en Melody Maker y conocido ahí a su marido, y c) hubiese leído más (muchos más) que dos libros.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Tus putos ángeles aterradores

Cuando John Irving empezó a escribir Personas como Yo, su hijo tenía 10 diez años, 9 años después (el tiempo que John Irving se toma más o menos para escribir sus novelas) cuando estaba terminada, su hijo le dijo que era gay. Para John Irving  y para su novela recién terminada fue una suerte, dice, “si no le interesa a nadie, al menos tendré un lector”.




Personas como Yo  es el relato de (casi) toda la vida de Billy –William Francis Dean Abbot-, un outsider que nace en un pueblo y vive acomplejado por sus encaprichamientos poco convenientes: se enamora del chico más popular-irónico-inteligente del colegio al que asiste y está enamorado de él (casi) toda la vida, se enamora de la srta. Frost (una bibliotecaria de la que nadie habla bien públicamente y que no es lo que parece), se enamora de su padrastro, Richard Abbot.

Siguiendo la idea literaria de Dickens (su máximo ídolo) el lado Irving de la literatura implica necesariamente que la observación social es fundamental como parte del trabajo del escritor, quien tiene la obligación de observar y narrar la verdad, en este caso: la historia de todos los movimientos para la liberación sexual:

“Quería cubrir en esta novela toda la trayectoria de los movimientos para la liberación sexual bajo el prisma de la plaga del sida y hasta la situación postplaga. Desde la edad oscura de los años 50, los inicios de la liberación en los 60, los alegres 70, hasta que se estrellan con la epidemia en los 80 y 90, para resurgir en el nuevo siglo con los movimientos organizados en los campus universitarios y ahora con el debate sobre el matrimonio homosexual”.

Lo dicho anteriormente es, a grandes rasgos, el recorrido histórico de la novela. Entre todos esos años Billy se narra a sí mismo como adolescente (todo el primer período en que asiste a la academia Favorite River), como hombre (años vividos en distintos lugares y asistiendo a la plaga y a los sobrevivientes  -tanto amigos del pasado como amigos y amores recientes- ), como anciano (viviendo de nuevo en su pueblo natal y ejerciendo de profesor guardián de una transgénero -la escuela, como casi todas, se ha vuelto mixta-).

Favorite River es el mejor escenario para Billy, la academia es exclusivamente masculina y ahí conoce a su principal ángel aterrador: Kittredge, un adolescente más grande que él de quien se enamora; un adolescente con el cuerpo duro y marcado y que, como capitán del equipo de lucha, se pasea en mayas ajustadas;un adolescente capaz de actuar en una obra de Shakespiare, de recitar sus diálogos a la perfección, de usar todo su ingenio en contra de Billy para torturarlo, acorralarlo, enamorarlo.

Hay una escena que explicita la tensión sexual que existe entre ambos: Bill está ayudando a Kittredge con el alemán y Kittredge lo encuentra y lo agarra desde atrás sosteniéndolo apretado contra su cuerpo con una llave de un sólo brazo. Repasan diálogos en alemán, Billy tiene la esperanza de que esa escena dure para siempre pero no, <<Ein jeder Engel ist schrecklich>> le grita a Kittredge cuando éste se está yendo.

_Rilke, ¿no?_ pregunta Kittredge refiriéndose al autor de la frase.

_Rilke, sí. Es my famosa: <<Todo ángel es aterrador>>_

Todo ángel es aterrador, le dice el adolescente enamorado a su amor imposible y Kittredge, de pronto, parece saberlo todo, parece saber que cuando Bill dice ángel aterrador se refiere a él, parece conocer su amor y sus secretos desde siempre. Se quedan quietos mirándose, a lo lejos, en medio del salón de los chicos de último año de Favorite River:                       

_Seguro que todos tus putos ángeles serán aterradores_ grita Kittredge.

Y lo son.



Hay muchos personajes que participan activamente en club de lucha de Favorite River como también es cierto que Bill tiene problemas para pronunciar algunas palabras, tal vez porque el mismo Irving estuvo en el programa de lucha de Exeter (la ciudad donde nació), tal vez porque el mismo Irving sufre de dislexia, tal vez porque Personas como yo es como la mayoría de las novelas de John Irving: una mezcla de cripto-biografía, carga política, y risas espontáneas y consagración inmediata del freak-outsider como héroe final e indiscutible.

Y a pesar de la maestría de la novela hay cosas que parecen no encajar: en los primeros 60’s es raro hacer coincidir la idea de un abuelo que en las obras de teatro encarna personajes femeninos en un pequeño pueblo de los Estados Unidos, es por lo menos particular el desenlace final en el que todos se vuelven gays o transexuales, hay demasiadas referencias a Shakespiare y a todos sus personajes de sexualidad dudosa o alternativa, es divertido que John Irving se tome casi 500 páginas en contar algo que estaba claro en las primeras 200: a Bill le gustan los travestis.

***

*Obra: Personas como yo

*Autor: John Irving

*Editorial:Tusquets

jueves, 19 de septiembre de 2013

Sírvame otra copa

Podría decirse que Augusten Burroughs es un gran mentiroso si no fuera absolutamente obvio: es escritor. Es escritor y es uno de los más exitosos dentro del género memoir (memoir es un término francés que sería algo así como: hablo sobre mi vida pero exagero tanto en los detalles que termina siendo todo un invento al que conviene no querer chequear  -los inventos chequeados reciben el nombre de autobiografía-) y no tuvo una infancia fácil pero supo cómo aprovecharla.



Nació en 1965 en Pittsburgh. Tenía un padre alcohólico y profesor de literatura en la Universidad de Massachusets (John G. Robinson) y una madre que quería ser poeta (Margaret Robinson) y un hermano que termino publicando un libro titulado “Mírame a los ojos: mi experiencia con el síndrome de Asperger”*.

En 1978 los padres se divorcian y Augusten (en ese momento no se llamaba Augusten sino que llevaba aún su verdadero nombre: Christopher Robinson) que tenía sólo 12 años, es enviado a vivir con el psiquiatra de la madre por dos razones: el padre es alcohólico y no parecía la mejor idea dejar al niño con él, y la madre quiere ser poeta y al parecer eso le impide cuidar a su hijo.

A partir de este punto la historia de Burroughs toma caminos confusos y todo se reduce a dos versiones: 1, la que él publica en su primer y más exitoso libro titulado Recortes de mi vida  y editado en español por Anagrama (las críticas que recibió este libro fueron realmente buenas: Washington Post afirmó “es lo mejor que se ha escrito en el género”, y el libro apareció en la lista de best-sellers del New York Times una semana después de haberse publicado y permaneció allí por otros 2 años) y 2, la que cuenta la familia del psiquiatra quienes al enterarse de la publicación de lo que ellos consideraron su intimidad, le iniciaron un juicio a Augusten que finalmente se arreglaría por un monto desconocido.
En el libro se cuenta la historia de un niño de 13 años que vive con la familia del Dr. Finch y en el libro pueden leerse algunas de las costumbres poco-saludables-psicológica-y-físicamente-hablando de la familia:
  • -          las hijas del doctor Finch juegan con una máquina de electroshock que guardan debajo de la escalera.
  • -          la esposa del doctor come alimentos para perro
  • -          el más chico de los Finch hace caca por toda la casa y a nadie parece molestarle
  • -          el Dr. Finch examina todos los días su propia caca en busca de rastros psiquiátricos y  paranormales
  • -          y Augusten mantiene una relación con un paciente del Dr (el doctor acostumbra a llevar a sus pacientes a vivir en su propia casa) que es 25 años mayor que él (que Augusten)
La historia se publica y  todo sigue bien y el éxito llega para el escritor hasta que la revista Vanity Fair descubre que la familia Finch era en realidad la familia Turcotte y todos sus miembros salen a hacer declaraciones a la prensa sobre lo indignados y sorprendidos que están de que su intimidad sea expuesta de manera tan tendenciosa, falsa, y perjudicial para la familia. El juicio y el escándalo finalizan cuando en 2007 todos llegan a un acuerdo extrajudicial (1).

En El dique seco, en cambio, Augusten Burroughs ya no es un niño. Tiene 24 años, es un publicista exitoso y tiene mucho dinero, pero es alcohólico y van a echarlo de su trabajo si no entra a rehabilitación ahora mismo. Él accede porque unas vacaciones le vendrían bien (“Un centro de desintoxicación dirigido por maricas debe ser fabuloso. Además, habrá posibilidades de escuchar buena música y de practicar sexo”), porque detesta su trabajo de publicista (-¿Hasta qué punto odias la publicidad?-La aborresco-) y porque si no lo hace se queda en la calle.

La historia permite resumir su adicción en números: 1452 son las botellas que Augusten tiene en su departamento como recuerdo de todo el whisky que se tomó,  7 años tenía cuando empezó a tomar remedio para la tos a escondidas,  a los 12 fue su primera borrachera auténtica, 1 litro de Dewar’s es lo que toma cada noche seguido de cócteles, de 6 veces llevó a 1 vez por mes la frecuencia de la cocaína y de 10 a 15 la cantidad de pastillas de  Benadryl  porque es alérgico al alcohol y sólo con el antihestaminico puede meterse todo eso en el cuerpo (la dosis recomendada por los médicos es, como máximo, de dos pastillas).



Pero Burroughs no está solo. Tiene un amigo de toda la vida del que estuvo enamorado y que ahora tiene sida: Pighead; una compañera de trabajo insoportable que lo único que hace es leer libros de autoayuda y repetir frases de autoayuda; en la clínica conoce a un inglés que después de la rehabilitación se va a vivir con Augusten; se enamora de Foster, un adicto al alcohol y al crack que conoce en una reunión de Alcohólicos Anónimos.

Todo está contado en clave de sarcasmo (2), referencias pop (3) y un estilo gélido y superficial a la Patrick Bateman (4). En El Dique Seco Burroughs es tan auténtico y gracioso y eficaz (en una encuesta realizada por Entertainment Weekly sobre las personas más divertidas de los Estados Unidos ocupó la posición 15 de una lista de 25) sin llegar a los extremos de la incredulidad como con Recortes de mi vida.

Y aunque el final es un corte en la historia con felicidad y una cadenita con la imagen de una cabeza de cerdo de oro, la imagen que queda de Burroughs es la de un gran escritor sentado en un sillón negro, con un Armani perfectamente puesto, y una copa de Bloody Mary en la mano, mirándote a lo lejos y directamente a los ojos, levantando el brazo en gesto de brindis, al borde del sarcasmo, queriendo acostarse con vos.


* El Síndrome de Asperger se ubica dentro del espectro del autismo y de los trastornos generalizados del desarrollo y consiste, en pocas palabras, en la dificultad de mantener una comunicación y de interactuar socialmente. Sí, el nombre se debe a que el que lo estudió primero se llamaba  Hans Asperger, y lo agrego para que se entienda en qué contexto familiar creció Augusten.

(1). Luego de esto el escritor aprendió la lección y en la primera página de El Dique Seco advierte que “algunos episodios son recreaciaciones imaginarias que no intentan reflejar en absoluto hechos reales”.

(2) Cuando una enfermera lo recibe en la clínica de desintoxicación, le informa que va a darle un Librium para que se tranquilice, entonces, él piensa “Eh, espera un minuto… ¿un librium? ¿la pastilla conocida como “la ayuda de las mamás”? Seguro que si me hubiera internado en una clínica de desintoxicación normal, para heterosexuales, no me hubieran dado una “ayuda de las mamás” para bajarme la presión arterial”

(3) Sobre la alimentación en clínica dice: “En aquel lugar me sería fácil hacer de Karen Carperter”. Karen Carpenter es una de los The Carpenters y fue una famosa víctima de la anorexia. Sobre la clínica: “este es el típico lugar que Liz Taylor no pisaría ni muerta”

(4) “Llevo un traje negro de Armani y unos mocasines de Gucci color tinto” y, como un ejemplo más, sobre su compañera de trabajo dice que “le gustan los bolsos Hermes y los zapatos Manolo Blank”.

***

*Obra: En el Dique Seco.

*Autor: Augusten Burroughs


*Editorial: Anagrama

Un libro lleno de ventajas

(Advertencia: Quien escribió esta columna lo hizo vestido con traje negro, camisa blanca, y corbata negra, escuchando la lista de canciones que se expone al final)

Cuando tenía 26 años Stephen Chbosky escribió un libro lleno de ventajas pero prefirió, entre todas ellas, una sola: la de ser invisible. Pero él empezó escribiendo otra historia: “La idea del libro se inició en la escuela. Yo estaba escribiendo un tipo muy diferente de libro entonces, y en el, el narrador dice: supongo que es sólo una de las ventajas de ser invisible. Yo escribí esa línea y allí me detuve. Y me di cuenta de que en alguna parte de la frase “las ventajas de ser invisible” estaba el niño al que realmente quería encontrar. Dejé de escribir el libro en el que estaba trabajando y, cinco años más tarde, escribí Perks”, dice un Stephen Chbosky ahora mayor, refiriéndose a su libro The Perks of Being Wallflower (Las Ventajas de Ser Invisible) editado en español por Alfaguara.

Nació el 25 de enero de 1970 en Pittsburg, Pennsylvania, es hijo de Fred (un ex asesor de finanzas) y de Lea (una cobradora de impuestos), se licenció en la Universidad del Sur de California en 1992, pero la escuela donde encontró a Charlie -protagonista de Perks- inserto en la frase “las ventajas de ser invisible” fue la Upper St. Clair, una escuela secundaria local.



La novela sería publicada en 1999 por MTV/Pocket Books a los 30 años de Chbosky y reeditada desde entonces, desoída por la crítica, comentada incansablemente por los adolescentes, convertida en novela de culto teen, y protagonista de varios conflictos políticos, morales, y estúpidos.

Uno de esos casos se dio en 2004, en Wisconsin, cuando un maestro decidió que los alumnos deberían leer Las ventajas de Ser Invisibles. Se siguió el protocolo correspondiente: la escuela pidió el permiso a los padres en primer lugar y ellos firmaron la conformidad. Pero parece que los padres no están acostumbrados a leer los comunicados de la institución y entonces cuando un hijo le comenta alguno de los contenidos del libro a su familia, esta se escandaliza: en el libro hay consumo de drogas, hay homosexualidad, hay sexo, en otras palabras, esta toda esa realidad que los adultos quieren negar argumentado moralidad y religión, asustando con viejos fantasmas y falsos paraísos inaccesible para pecadores y lugares donde las llamas devoran a los herejes. Mientras tanto y en consonancia: el presidente George W. Bush, se reunía con un legislador de Alabama que quería que todos los libros con personajes homosexuales fueran eliminados de las bibliotecas públicas y las escuelas.

Las Ventajas de Ser Invisible fue prohibido en escuelas de Massachusetts, Long Island y Wisconsin según la lista oficial, según la otra las escuelas son muchas más.

Sin embargo, el autor nunca intentó que fuera una novela para adolescentes, y se lamenta de que “las personas no puedan encontrar un terreno común. Las personas que se oponen por razones morales no pueden ver el valor del libro, y las personas que ven el valor del libro no se dan cuenta de por qué molesta a las personas religiosas”.

Lo que les molesta a esas personas es Charlie, porque Charlie tiene una ventaja: la ventaja de ser un chico de 15 años ingenuo que construye desde ese lugar la tolerancia necesaria como para experimentar con el mundo sin prejuicios y con aceptación. El libro está compuesto por una serie de cartas que Charlie le escribe al lector llamándolo querido amigo y quizás en ese acto se revele lo más importante: Charlie está sólo, tiene un profesor de literatura que todo el tiempo le recomienda libros, le gusta muchísimo leer, y busca desesperadamente que lo quieran. Querido amigo.

Y desde lugar, Charlie encuentra refugio en Sam (se enamora de ella y tiene que verla con otros hombres y cuando por fin ella se decide él no puede acostarse con ella porque Charlie tiene un pasado que lo persigue y que en ese momento se le revela de golpe dejándolo desnudo –metafórica y literalmente- frente al televisor en el sillón del living de sus padres y luego internado en un psiquiátrico) y Patrick. Patrick es gay y sale con un miembro del equipo de fútbol que no está dispuesto a decir la verdad: que ama a Patrick y que sólo con él es sincero porque frente al mundo es un hombre heterosexual que tiene novia y un padre al que no puede enfrentarse.

La segunda ventaja es el amor. El amor que siente Charlie por Sam, el amor que siente hacia sus amigos y los momentos que juntos componen el relato: Charlie quiere ser escritor y le regalan una máquina de escribir, Charlie quiere ser escritor y Patrick le regala prenda por prenda un traje negro “porque los escritores siempre andan de traje”; Sam y Patrick son hermanastros excéntricos y divertidos y cuidan a Charlie la primera vez que come un brownie con marihuana, lo llevan en su camioneta mientras Sam se sube a la caja, se para en ella y extiende los brazos al cielo mientras cruzan por debajo de un puente y suena a todo volumen su canción: Landslide, de Fleetwood Mac.



Tercera ventaja: el libro, como la historia de Charlie, está repleto de canciones. Charlie recibe sin querer un disco de The Smiths, Charlie graba un mixtape para un regalo con una lista de canciones con las cuales él vivió grandes momento con sus amigos. Lo mismo ocurre con los libros: el profesor de literatura amigo de Charlie no para de darle libros para que lea y los títulos están ahí, cada vez que Charlie habla de ellos.

Y la última de las ventajas: La ventaja de Ser Invisible. En una fiesta, en una ronda, Patrick levanta la copa y pide un brindis por Charlie, por su invisibilidad, que no significa otra cosa que su capacidad de ser sensible, perceptivo, de estar ahí sentado escuchándote cuando uno habla sin juzgarte, prestándote toda la atención del mundo, ocupando ese lugar que la mayoría despreciaría al no poder hablar de sí mismos todo el tiempo.

Ocupando, ese lugar, al que muchos parecen haber renunciado.

 (Lista de canciones:
Asleep, The Smiths; Vapour Trail, Ride; Scarborough Fair, Simon & Garfunkel; A Whiter Shade Of Pale, Procol Harum; Time of No Reply, Nick Drake; Dear Prudence, The Beatles; Gypsy, Suzanne Vega; Nights in White Satin, The Moody Blues; Daydream, Smashing Pumpkins; Dusk, Genesis; MLK, U2; Blackbird, The Beatles; Landslide, Fleetwood Mac.


Ahora puedo sacarme el traje. Gracias, Charlie)

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*Obra: Las ventajas de ser invisible

*Autor: Stephen Chbosky

*Editorial: Alfaguara

Al escritor que me enseñó la muerte

En la imagen se lo ve a Guibert solo, con la piel pegada a los huesos de la cara, con ropa que –ahora- le queda grande. Está flaco y solo y de esa belleza francesa que lo convirtió en uno de los hombros más lindos y polémicos de Francia queda poco. Casi nada. Le quedan sus ojos, siempre le quedarán sus ojos, aunque de uno casi no vea.

Está sentado en un sillón grande de madera de un cuerpo y se arremanga tanto la camisa roja como el saco azul. Espera una inyección, una más, una de tantas. De fondo se escucha su voz, en un impecable francés, que relata lo que estamos viendo. Se acerca la enfermera, lo toca, lo inyecta. Hervè Guibert, que nació en 1955 en una familia clase media cualquiera de París, tiene SIDA. Se está muriendo.

La imágenes corresponden al documental que grabó sobre su vida y sobre su muerte –sobre todo de esta última- llamado El Pudor o El Impudor. Ese es su relato final.



Fue fotógrafo, actor, director de cine y escritor. Fue periodista y escribió para Le Monde una columna sobre fotografía. Y ni siquiera todo su talento pudo opacar lo que la sociedad francesa le reclamaba y le reprochaba: que fuera abiertamente homosexual, que le gustaran los hombres, que escribiera todo el tiempo sobre sí mismo y que sus obras no fueran más que una mezcla “fría, glacial, insoportable y cruel” de autobiografía y ficción.

Guibert sabía que la sociedad no aceptaba sus gustos y quizás por eso decidió luchar abiertamente contra ella. “Cuando veo el hermoso cuerpo desnudo, carnoso, de un albañil en una obra, no sólo me gustaría lamer, sino también morder, jalar, masticar, tragar. No descuartizaría, según la moda japonesa, a uno de esos obreros para apretujarlo en mi congelador: me gustaría comerme la carne cruda y vibrante, cálida, dulce e infecta”. Vivió su vida pública como gay, aniquiló su cuerpo social hablando sobre la enfermedad y sobre lo que los demás llamaban su “suicidio sexual”, y se metió con uno de los máximos exponentes de la intelligentsia francesa de la época: uno de los amores más importantes de su vida fue Michel Foulcault, y sobre él escribió el libro que lo catapultó al éxito, Al amigo que no me salvo la vida (1990).

Pero Hervè tuvo otros amores: Thierry Jouno, y un adolescente de 15 años al que se conoce como Vincent M. y sobre el que escribe el libro Fou de Vincent.

En 1988 le diagnostican SIDA y él vuelve su enfermedad el centro de su obra. Guibert coquetea con la muerta, baila con ella hasta que ella lo seca y lo aplasta y sobre ella dice: “La amordazan, la censuran, pretenden ahogarla en el desinfectante, asfixiarla en el hielo. Yo quiero que saque su voz potente y que cante, diva, a través de mi cuerpo. Será mi única pareja, seré su intérprete. No dejar que se pierda este manantial espectacular inmediato, visceral. Darme la muerte en el escenario, ante las cámaras. Dar este espectáculo extremo, excesivo de mi cuerpo, en mi muerte. Escoger los términos, el progreso, los accesorios.”

Mientras pasan los años y la enfermedad avanza el coraje de Guibert (quien a esta altura ya sufrió la muerte de varios de sus amores y sus amigos) disminuye y aparece la vergüenza de afrontar la verdad ante su familia. El hombre que escribió todo lo que quiso sobre su romance con uno de los filósofos más importantes de la historia y que hizo pública su condición sexual sin la autorización de este último (cuando Guibert publica Al Amigo que no me salvo la vida Foulcault ya estaba muerto); el hombre que aceptó e hizo frente, estoíco, a todas las críticas; el hombre que usó su talento como un revólver que sostenía mientras apuntaba mirando entre sus rulos para disparar al centro de un mundo que no lo entendía, sosteniendo la mano de otro hombre con fuerza, ahora tiene miedo de la mirada de sus padres: “Mi preocupación principal en todo este asunto es morir lo más lejos posible de la mirada de mis padres.”, anota, Guibert, con un brillo triste en la mirada y con el revólver ahora descargado, con la mano cansada.



Citomegalovirus, diario de hospitalización, trata sobre su muerte, sobre su soledad, sobre sus miedos pero también sobre su sentido del humor.  En el relata el período que estuvo internado tratando de no perder un ojo (citomegalovirus es –la obviedad de la no sorpresa y la redundancia- un virus común para los enfermos de VIH antes de la aparición de los antirretrovirales en 1996), entre el 17 de septiembre y el 8 de octubre de 1991, y escribe como una protección, como un antidepresivo. Escribe porque ya casi no puede leer y escribe porque ha decidió que hasta el último momento hará lo que se le antoje y se revelará contra todo el canon de la literatura francesa que llama a sus relatos peyorativamente como “literatura del yo”, y lo tildan de narcisista. Escribe para hacer pública su vida para que nadie después diga que él jugó con la publicidad de la vida de Foulcault para hacerse famoso y que luego esconde su propia vida. Hervè amaba a Michel y lo extrañaba.

¿Por qué diablos no se terminará de juzgar al narcisismo? ¿Cómo un sustantivo encantador y serio pudo volverse tan trivialmente peyorativo? Lo que se denigra como narcisismo: ¿no es acaso el mejor de los intereses a los que uno debe dedicarse, para acompañar a la propia alma en las transformaciones?


Casi ciego por causa del SIDA, con un cuerpo que él mismo –amante de los cuerpos de los hombres- ya no podía soportar, Hervé Guibert intentó suicidarse en la víspera de su cumpleaños, y murió unos días más tarde, el 27 de diciembre de 1991.

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*Obra: Citomegalovirus

*Autor: Herve Guibert

*Editorial: Beatriz Viterbo

Desaparezca aqui

Un jardín de infantes no puede –no tiene permitido- ser muy distinto de otro. Pero de pronto entre todos los nenes que están ahí hay uno que no sabe ser como los demás, que no juega con juguetes de colores, que no dibuja con crayones una familia feliz con un sol de fondo y una casa que rompe la armonía de un paisaje donde las personas son más  grandes que las casas pero más infelices que el sol, que no tiene un autito en la mano ni una muñeca ni ladrillitos para armar una casa ni llora extrañando a su mamá. De pronto hay un nene entre todos que viste una polera negra y sale a caminar en la lluvia y lleva las manos en los bolsillo en señal clara de que detesta y no entiende el sinsentido hediondo del mundo que lo rodea: No encontraba mucho placer en las cosas que les gustaban a mis compañeros: las «trepadoras» de la plaza, la calesita, los areneros, los baldecitos y las palitas,...bailar en círculos alrededor de alguna planta, todos agarraditos de las manos; sacar juguetes de bolsas, volver a guardar los juguetes en las bolsas, hacer cola para que te den leche chocolatada... todo eso me parecía sin sentido".

Una reunión de pibes de 19 años no puede –aunque sí lo tenga permitido- ser muy distinta de otra. Pero de pronto entre todos los comentarios sobre la minita de turno, sobre los autos, sobre las borracheras, sobre qué es lo van hacer, hay un pibe que se levanta vestido de negro y va al baño a tomar cocaína: no soporta la superficialidad y la falta de romanticismo.



Estamos en Los Ángeles, en una noche cualquiera, y ese pibe-nene es Bret Easton Ellis, nacido en esa ciudad en 1964 y autor de Menos que Cero  y de su continuación, Suites Imperiales y, claro, detesta LA aunque le haya servido de inspiración para sus novelas y de escenario para su vida: "En Los Angeles la gente tiene serios problemas cuando pierde su belleza física porque allí todo es superficie: tienen cinco o seis años para hacer dinero, y luego, bueno, el horror". La vida de Ellis disfrazó de superficialidad su encanto real y tiño de rock, drogas, sexo, bisexualidad, misterio y belleza todo lo que pasó por su lado y Menos que Cero fue la novela que lo catapultó al éxito y lo hizo millonario cuando sólo tenía 21 años. Después de eso vino la fama y más dinero aún destinado al descontrol: vivió durante muchos años en un departamento sin muebles durmiendo en el piso en un colchón tan destruido como sucio, rodeado de botellas vacías y botellas próximas al vacío, con todas las drogas que pudo ingerir, con sus papeles de lo que había escrito y pensaba del mundo, con las críticas despiadadas que Los-Desesperados-De-Siempre-Por-Dictar-El-Canon-De-La-Buena-y-Mala-Literatura habían sobre su siguiente gran éxito: American Psycho. 

Por suerte Los Desesperados De Siempre no tuvieron razón y Menos que Cero fue una novela de culto, American Psico se convirtió en un clásico y Bret Easton Ellis es considerado la expresión de toda una generación y una gran marca e ironía de un mundo que poco tiene para ofrecer si no hay alguien dispuesto a contarlos en esos términos.

El dolor, la verdad, y su crudeza son motivos y fundamentos de la obra de Ellis y fue así desde el principio: cuando era adolescente sus historias le costaron grandes peleas con las personas que conocía porque en todas revelaba la verdad: su ex novia drogadicta y su proveedor y amante; el tipo que le puso mda al ponche; todas las personas con las que se había acostado fueran hombres o mujeres. A Bret Easton Ellis no le importó jamás decirlo, por indiferencia o por arrogancia, por su característica megalómana. Característica que, por otro lado, comparte con el personaje principal de Menos que Cero y Suites Imperiales: Clay, un pibe de 19 en el primer libro, que cuenta cuatro semanas que pasa en Los Ángeles y el mismo Clay pero ahora de 40 en el segundo que regresa a LA después de muchos años y una carrera medianamente exitosa como guionista de cine (cualquier parecido con la realidad de Ellis –hoy también guionista- es pura coincidencia). El trasfondo es el mismo: la superficialidad exasperante de la noche con todos sus excesos: incluídas muertes, violaciones, asesinatos, bestialidad narrativa y frialdad calculada y manipuladora pero sobre todas las cosas, es un trasfondo cubierto de mensajes en las grietas. Hay de algún modo un grito de ayuda desesperado de Clay en el primer libro por encontrarle un sentido a todo, una solución, un Clay que quiere salvar a su amigo del colegio Julian que se ve envuelto en la prostitución masculina obligado por sus deudas con los dealers, que mientras lo ve siendo penetrado por un hombre de 40 años en la habitación de un hotel no puede menos que esquivar la mirada y recordar cuando ambos jugaban al fútbol en la escuela. Clay en su desesperación recuerda pero no llora –no puede, no quiere, la merca no lo deja- las vacaciones con sus abuelos y lo fácil y feliz que todo parecía siempre un momento antes de ser arrasado por el mayor de los desprecios y lugar común de todos los personajes de ambos libros: el egoísmo sin términos ni condiciones. Ya en Suites Imperiales Clay ha perdido todo rasgo de romanticismo, casi cuarenta años después no hay redención ni perdón para ninguno de los personajes. Pero volvamos –o mejor dicho: sigamos- hablando del dolor. De ese Dolor.



La madre de Ellis, estando él en el secundario, recibió una carta de un profesor que decía que Bret escribía estupendamente bien, pero que se notaba que era alguien que sufría. Y sufría mucho. “Yo nunca juzgo a mis personajes. Escribo desde el sentimiento. Y mis personajes no son frívolos sino gente dañada que ha sufrido. Todos mis libros están escritos habiendo conocido el sufrimiento. Mis novelas están basadas en el dolor. Aunque después, escribir es una liberación. Es una terapia maravillosa".

Lo cierto es que a Suites Imperiales no le hace falta Menos que Cero y esta última destruye por completo a su secuela. Menos que Cero es lejos mejor que la segunda: no necesita de un misterio de fondo para mantener la atención, no necesita personajes misteriosos ni una subtrama de asesinatos, persecuciones y espionaje que sí sostiene a Suites. Bret Easton Ellis no necesita saquear a los primeros personajes que le dieron éxito  y si lo hace quizás sea por indiferencia o por arrogancia, da igual.


Después de él vendrían muchos intentando ocupar su lugar, lo que nunca entendendieron es que la mente de Ellis es una rosa blanca teñida con sangre que cae prendida fuego por un abismo donde al final, siempre al final, hay una fiesta esperándolo, una chica hermosa o un pibe muy fachero con quien acostarse, una línea de merca y, no podía ser de otro modo, un cartel gigante que dice: “Desaparezca Aquí”.

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*Obra: Menos que cero

*Autor: Bret Easton Ellis

*Editorial: Anagrama







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*Obra: Suites Imperiales

*Autor: Bret Easton Ellis

*Editorial: Mondadori