sábado, 12 de julio de 2014

Los Hijos del Esnobismo

Patrick Melrose se levanta el cuello de su abrigo largo y negro y costoso para esconder su rostro del frío y para protegerse de las miradas vacías de una clase alta resquebrajada y en caída libre que se horroriza de sus amigos mientras les sonríen falsas sonrisas en el terreno resbaladizo de una fiesta con la gente más selecta del Reino Unido.




Patrock Melrose es Edward St. Aubyn y es, sobre todas las cosas, producto de un imperio que resalta en público todas las cualidades que en privado no puede mantener pero, antes que nada y después de todo: es el personaje y autor de El Padre.

Así, Edward St Aubyn narra su infancia en la casa de campo de sus padres en Lacoste, en la cual su padre ejerce el rol de manipulador y arrogante dictador, señor feudal producto del dinero de su esposa que cubre de escarchas de odio y rencor todo lo que toca y se esfuerza con una eficacia y una inteligencia descomunales en destrozar a todos los que lo rodean. Su obsesión por la destrucción definitiva de todo ser vivo se mezcla con una perspicacia psicológica y un don natural que combina encanto y perfección física con la habilidad de encontrar y aprovecharse de cualquier debilidad.

En un mundo cargado de un esnobismo recalcitrante, David Melrose es amo y señor y su familia presa y víctima del poder corrosivo que ejerce en una casa que se precia de recibir huéspedes que alagan al anfitrión aún cuando se saben víctimas, y que callan ante la anfitriona borracha de nervios débiles y autoestima extinta. Eleonor Melrose se corre a un lado ante la personalidad de su marido que la violó y la golpeó y está sola y no puede salvarse ni a sí misma y, lo peor de todo: Eleonor Melrose, heredera de un imperio y una fortuna y de las migajas de una posición dominante en la nobleza británica devenida en alcohólica (¡toma Fernet-Branca! -entre otras cosas, claro-), no puede salvar a su hijo Patrick de su padre que lo viola, una y otra vez, como forma de castigo y que en privado se queja de su actitud, porque no existe ningún circulo selecto en toda Inglaterra donde pueda hacer gracia de su incesto pedófilo homosexual[i].

La primer parte, la de la infancia (Da lo mismo), funciona como retrato en perspectiva no sólo de su asfixiante familia sino también de la sociedad que la hizo posible: personas con tanto dinero como ansias de lujo versus vulgaridad, marionetas de un imperio que crío a sus amos de manera excesivamente elegante y fría, inyectándoles el veneno putrefacto de creer con fe ciega en que su clase puede salvarlos y que sus títulos son todo, que son tanto, en realidad, que ni sus propios amigos se merecen sus presencias portentosas y egocéntricas; personas llenas de una sofisticación afectada y de opiniones pretenciosamente ingeniosas. David Melrose sobre los funerales: “Si de verdad extrañas a alguien, es mejor que hagas algo que les gustaba compartir, lo que con toda probabilidad y salvo en los casos más estrafalarios no será aguantar de pie en una iglesia con corrientes de aire, vestido de negro y cantando himnos”. Aunque quizás lo que mejor resume el esnobismo inglés, contrariando lo que ellos mismos llaman como “muy estadounidense y muy primitivo” es la cita de otro de los personajes, Victor, cuando le aclara a su mujer: “El encanto es eso: hablar mal de todos salvo de la persona con la que estás, que se sentirá radiante por el privilegio de ser la excepción”.
En el universo de David Melrose no existen excepciones.



En la segunda parte (Malas Noticias) Patrick tiene 22 años y es adicto a la heroína y a la cocaína y a cualquier otra droga costosa y viaja a los Estados Unidos a buscar las cenizas de su padre muerto[ii].

Claramente las cosas no mejoraron para Patrick, y ahora debe pelear con el fantasma de su padre y con los propios, más solo que cuando era niño,  más desprotegido y vagando entre dealers peligrosos y dealers cancheros y franceses, metiéndose en el cuerpo todo el veneno que pueda para tapar lo evidente: que su padre lo fragmentó en mil pedazos que jamás podrá levantar y volver a su lugar, y que lo convirtieron en lo que más odiaba: un reducto de la personalidad de su padre, sin su belleza física y con todas las cicatrices transpiradas de las drogas, “demasiado elegante y extremadamente enfermo”, combinando la ropa a la perfección de tal modo que el contraste con su pelo castaño despeinado y sus ojeras resultara cautivador. Un inglés super-inteligente y meta-referencial, capaz de citar autores de memoria para dejar en claro la distancia que existe entre él y el resto del mundo, los mortales de los que él ansía alejarse con la misma intensidad caótica e impulsiva, nerviosa, con la que quiere dejar a un lado su soledad, aunque sin perder la clásica ironía contra la búsqueda de la perfección inglesa: “Llegar tarde es horrible, pero llegar temprano es imperdonable. La puntualidad es uno de los pequeños vicios que heredé de mi padre, o sea, que nunca seré chic de verdad”.

“No cabía duda, detestaba a los gordos y a los viejos y a los normales y a los drogadictos y era sexista y racista y, naturalmente, un snob, pero de un tipo tan virulento que nadie satisfacía sus exigencias”. Patrick Melrose es Patrick Bateman (ah, qué maravilla, los Patricks y la Literatura -ambos escuchan The Talking Heads (!)-) y es Humbert Humbert y Frederic Monroe o los leyó a todos y los entendió mejor que nadie y decidió vivir su vida como si fuera una película que no estuviera protagonizada por él mismo, alejándose de su propio cuerpo para poder destruirlo con impunidad, escapando del mundo por insoportable y ridículo y escapando del suicidio no por narcisismo, o por miedo  o por esperanza, sino por “el deseo de saber qué pasaría a continuación, pese a la convicción de que sería horrible: el suspenso narrativo”. Ja

Cuando la segunda parte va llegando a su fin, cuando Patrick Melrose decide poner fin a su viaje por los Estados Unidos de Norteamérica, la cuenta del hotel haciende a 2.153 dólares + 2000 (o 2500, Patrcik duda) de restaurantes, taxis y, sobre todas las cosas, lo único que de verdad consumió: drogas.  Momento en que el autor deja en claro lo mucho que conoce a su personaje (lo mucho que se conoce a sí mismo) dando muestras de lo que significaban los gastos excesivos de dinero: “la erosión de capital era otra manera de malgastar su sustancia, de volverse tan hueco y fino como se sentía, de aligerar la carga de una buena suerte inmerecida y cometer un suicidio simbólico mientras todavía vacilaba en lo referido al real”.



Por fin en Algo de Esperanza (la tercera parte) Patrick tiene 30 años y dejó las drogas aunque no pudo dejar la melancolía y el vacío, la sensación de asco hacia un mundo que no entiende y que no lo entiende a él (ninguno de los dos se esfuerzan mucho), pero no dejó al fantasma de su padre. David Melrose todavía puebla su mente, como una araña insoportable que tejió durante años una tela de tortura y desprecio y de dolor, de desdén hacia su propio hijo, que lo envolvió cuando pudo ejercer poder y no lo dejó vengarse cuando envejeció (finalmente Eleonor dejó a David y este, sin plata y viejo, se recluyó en una casa pentagonal sin ventanas que construyó para escapar del mundo, mientras su mujer se fue a colaborar con la fundación Save The Children para intentar hacer con los niños del mundo lo que no pudo con su propio hijo: salvarlos) y murió. No hubo a quién reprocharle, a quién reclamarle, Patrick no tiene a quien odiar y sin embargo el odio sigue allí, intacto, habiendo sobrevivido a la heroína y a la cocaína y su propia sensación de final, el rencor persevera al fondo de su alma como una reliquia intacta.

Los que también perseveran son algunos de los amigos de su padre, quienes lo invitan a una fiesta portentosa a la que también asiste la Princesa Margarita (enorme participación  especial, sobre todo sus opiniones sobre el reino y sobre la política –época del Commonweatlh-) y donde se muestra con una frialdad y un humor absoluto lo que antes se dejaba entrever con la misma inteligencia: el esnobismo[iii]. Todos se desprecian al mismo tiempo que se sonríen, todos se miden a la distancia y se muestran cariño en la cercanía, todos están esperando que la persona que tiene cerca se aleje para destruirla con un desdén desmedido y hediondo pero ultra eficaz.

Todo hace suponer que es ahí, en esa fiesta, donde luego de una declaración a su amigo de toda la vida, Patrick encontrará si no paz al menos un segundo de tranquilidad, entre la niebla de su pasado oscuro y torturado nacerán los cisnes de la madurez y alzarán vuelo hacia el cielo, mientras Patrick arroja una rama a un lago con la fuerza suficiente como para suponer que lo que se hunde en el vacío es el hombre que lo destruyó y al mismo tiempo lo hizo lo que ahora es.

Oh, sí, El Padre.

***

*Obra: El Padre

*Autor: Edward St. Aubyn

*Editorial: Mondadori





[i] Aclaración importante: Patrick Melrose es Edward St. Aubyn, en otras palabras, sí, a Edward St Aubyn el padre lo violó cuando tenía 5 años. Dijo el Sr. St. Aubyn en una entrevista que Patrick Melrose era “una versión intensificada de mi mismo con muchos de mis defectos mientras que yo poseo pocas de sus virtudes”. Y al respecto de la crueldad de su familia, agregó: “La familia es obviamente el escenario de la peor perversión porque es ahí donde hay más presunción de amor. En ese contexto, la crueldad es más perversa”. Y quién si no él para contarlo.

[ii] Edward St. Aubyn sobre Malas Noticias: “Es en Malas Noticias donde Patrcik busca maneras de liberarse de la influencia de su padre, pero lo único que encuentra son precisamente aquellas cosas que caracterizaban a su padre: odio, desprecio, desdén. Y cuando su padre muere Patrick debe liberarse de la versión de su padre que ha internalizado”.

[iii]  Más de Edward, ahora sobre el esnobismo: "La actitud de David hacia su hijo es de un extremo esnobismo. Es cierto que cuesta encontrar el eslabón entre el esnobismo y la pedofilia, entre la malicia y la violación, pero lo hay. Él no es solo un producto de su clase. Estoy seguro de que pasa en otros ambientes, solo que yo no sabía mucho de eso. El esnobismo es universal. La gente siempre está buscando una razón para no empatizar con los demás. ¡Cuesta tanto esfuerzo hacerlo! Pueden usar la clase, el género o la raza. Cualquier excusa para despreciar a los demás y liberarse del peso que supone la empatía. No creo que ignorar a otros seres humanos sea una cosa propia de la clase alta británica"