martes, 26 de agosto de 2014

Un holograma para Dave

En un Holograma para el Rey, Alan (un hombre de 54 años con más deudas que activos y una hija a la que no puede pagarle la universidad y una mujer de la que no puede olvidarse y de la que está separado) viaja a la Ciudad Económica del Rey Abdalá como representante de Reliant (la compañía –norteamericana- más importante del mundo en materia de tecnología informática) para venderle al rey un holograma.

(Un-holograma-para-el-rey: título explicado. A veces Dave Eggers lo hace fácil)



La venta va a salvarle la vida. La suma es tan importante que va a solucionarle todos los problemas pero –la verdad sea dicha- la vida de Alan no tiene solución. Como un espejo absoluto que refleja en sí mismo todos los miedos y todos los males estadounidenses, como un relato ejemplificador que atrapa la caída del imperio y el cambio de era, Dave Eggers se mete con todas las personas que parecen haber quedado atrapadas en dos sistemas y que no pueden vivir en ninguno. La historia es el relato de la vida de Alan y es el relato de cómo la economía estadounidense en particular (y de la mayoría de los países desarrollados en general) paso de basarse en la producción de bienes tangibles (manufactura) al sencillo acto de prestar servicios. (Vease: sociedad posindustrial, post imperio, China is kicking our ass, y-todo-ese-rollo). Y así, Alan no puede ser como su padre, que es miembro de la generación que vio crecer y se enorgulleció de la industria (vive recordándole a Alan que en algún momento Estados Unidos fue un gran país que producía en casa sus malditas bicicletas y que Alan fue uno de los consultores que aconsejó que la producción se trasladara a la parte del mundo donde la mano de obra fuera más barata -cosas que hicieron todas las empresas del planeta-) y tampoco puede ser uno de sus asistentes en la presentación del holograma para el rey, hijos de la era de la informática y la tecnología de desarrollo. Alan no es ni una cosa ni la otra y Alan está solo en medio del desierto y espera a un rey que nunca llega mientras ve su vida pasar frente a sus ojos en fragmentos escogidos al azar y se emborracha con la única cosa que pudo encontrar: una especia de licor asqueroso que una mujer le regaló.

Alan está terminado.  Su carrera como consultor está terminada. Alan fundió su propia empresa, tomo malas decisiones, no puede hablar con su padre ni puede aconsejarle a su hija cómo tratar con su madre, ni puede acostarse con una mujer, y tiene una pelota en la espalda que cree que es la causa de todo su pesar y su desencanto y su desgano y su cansancio de la misma forma en que cree que la venta del famoso holograma para el rey va salvarle la vida. Alan cree muchas cosas.

La cuestión es que a Dave Eggers le gusta la no ficción (escribió relatos de no ficción como <<¿Qué es el qué?>>,  donde un sudanés que sobrevive a guerras y a campos de refugiados termina llegando a Atlanta) y no puede menos que intentar colar en sus libros lo que para él es importante de la realidad. Y en el holograma puede verse la puja de dos sistemas, el Padre de Alan (el viejo Estados Unidos) diciéndole: “Estoy viendo un programa sobre un puente gigantesco de Oakland, California, que está fabricado en China. ¿Te lo imaginas? Ahora nos hacen hasta los puentes. La verdad, no me sorprende. Cuando cerraron Stride Rite, lo vi venir. Vi venir todo lo demás: juguetes, electrónica, muebles. Si eres un inmaduro ejecutivo sediento de sangre empeñado en exprimir la economía para tu beneficio personal, tiene sentido. La bestia es así por naturaleza. Pero lo de los puentes no lo vi. Por Dios,  nos hacen otros los puentes. Y ahora estás en Arabia Saudita, vendiéndoles hologramas a los faraones. ¡Te llevas los aplausos!” y el nuevo sistema: un Estados Unidos que vende hologramas como espejitos de colores, y una Arabia Saudita llena de proyectos delirantes y de improbable futuro urgidos por la bonanza económica y sustentado en una ciudad casi fantasma (la Ciudad Económica del Rey Abdalá) que lleva construidos pocos edificios y que tiene a todos sus obreros viviendo hacinados en un mismo cuarto y peleándose por un celular mientras que las personas importante están una fiesta descontrolada con un hombre disfrazado de astronauta, una ciudad inserta en un Reino que tiene sus propias contradicciones. Mientras se esfuerza en reprimir a la mujer y a taparla con todos los trapos del mundo, uno de los negocios más populares vende lencería femenina al lado de la venta de frutas: “Vendían frutos secos, dulces, pequeños electrodomésticos y camisetas de fútbol, pero la mercancía más popular era la lencería femenina, expuesta en lugar preferente en los escaparates. Alan alzó una ceja mirando a Yusef (un amigo que Alan hace en Arabia Saudita) y este se encogió de hombros como diciendo: ¿Qué? ¿Acabas de descubrir las contradicciones del reino?”.

Y entre medio de todo eso está Alan, dudando si enamorarse o no, dudando si volver a Estados Unidos o no, dudando sobre si podrá o no cerrar la venta, dudando sobre su hija, dudando sobre su futuro, como si tuviese  el presente resuelto. Alan duda. Estados Unidos duda. Reliant duda. Hasta que un día aparece el Rey, que no duda, y pregunta por su holograma, como si llegara a la mesa reservada de un restaurant y un mozo (¿los Estados Unidos?) se diera vuelta y gritara hacia la cocina, hacia los hacedores de todo, hacia los nuevos dueños del lugar (¿China?): ¡Un holograma para el Rey!

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*Obra: Un Holograma para el Rey

*Autor: Dave Eggers

*Editorial: Random House

sábado, 12 de julio de 2014

Los Hijos del Esnobismo

Patrick Melrose se levanta el cuello de su abrigo largo y negro y costoso para esconder su rostro del frío y para protegerse de las miradas vacías de una clase alta resquebrajada y en caída libre que se horroriza de sus amigos mientras les sonríen falsas sonrisas en el terreno resbaladizo de una fiesta con la gente más selecta del Reino Unido.




Patrock Melrose es Edward St. Aubyn y es, sobre todas las cosas, producto de un imperio que resalta en público todas las cualidades que en privado no puede mantener pero, antes que nada y después de todo: es el personaje y autor de El Padre.

Así, Edward St Aubyn narra su infancia en la casa de campo de sus padres en Lacoste, en la cual su padre ejerce el rol de manipulador y arrogante dictador, señor feudal producto del dinero de su esposa que cubre de escarchas de odio y rencor todo lo que toca y se esfuerza con una eficacia y una inteligencia descomunales en destrozar a todos los que lo rodean. Su obsesión por la destrucción definitiva de todo ser vivo se mezcla con una perspicacia psicológica y un don natural que combina encanto y perfección física con la habilidad de encontrar y aprovecharse de cualquier debilidad.

En un mundo cargado de un esnobismo recalcitrante, David Melrose es amo y señor y su familia presa y víctima del poder corrosivo que ejerce en una casa que se precia de recibir huéspedes que alagan al anfitrión aún cuando se saben víctimas, y que callan ante la anfitriona borracha de nervios débiles y autoestima extinta. Eleonor Melrose se corre a un lado ante la personalidad de su marido que la violó y la golpeó y está sola y no puede salvarse ni a sí misma y, lo peor de todo: Eleonor Melrose, heredera de un imperio y una fortuna y de las migajas de una posición dominante en la nobleza británica devenida en alcohólica (¡toma Fernet-Branca! -entre otras cosas, claro-), no puede salvar a su hijo Patrick de su padre que lo viola, una y otra vez, como forma de castigo y que en privado se queja de su actitud, porque no existe ningún circulo selecto en toda Inglaterra donde pueda hacer gracia de su incesto pedófilo homosexual[i].

La primer parte, la de la infancia (Da lo mismo), funciona como retrato en perspectiva no sólo de su asfixiante familia sino también de la sociedad que la hizo posible: personas con tanto dinero como ansias de lujo versus vulgaridad, marionetas de un imperio que crío a sus amos de manera excesivamente elegante y fría, inyectándoles el veneno putrefacto de creer con fe ciega en que su clase puede salvarlos y que sus títulos son todo, que son tanto, en realidad, que ni sus propios amigos se merecen sus presencias portentosas y egocéntricas; personas llenas de una sofisticación afectada y de opiniones pretenciosamente ingeniosas. David Melrose sobre los funerales: “Si de verdad extrañas a alguien, es mejor que hagas algo que les gustaba compartir, lo que con toda probabilidad y salvo en los casos más estrafalarios no será aguantar de pie en una iglesia con corrientes de aire, vestido de negro y cantando himnos”. Aunque quizás lo que mejor resume el esnobismo inglés, contrariando lo que ellos mismos llaman como “muy estadounidense y muy primitivo” es la cita de otro de los personajes, Victor, cuando le aclara a su mujer: “El encanto es eso: hablar mal de todos salvo de la persona con la que estás, que se sentirá radiante por el privilegio de ser la excepción”.
En el universo de David Melrose no existen excepciones.



En la segunda parte (Malas Noticias) Patrick tiene 22 años y es adicto a la heroína y a la cocaína y a cualquier otra droga costosa y viaja a los Estados Unidos a buscar las cenizas de su padre muerto[ii].

Claramente las cosas no mejoraron para Patrick, y ahora debe pelear con el fantasma de su padre y con los propios, más solo que cuando era niño,  más desprotegido y vagando entre dealers peligrosos y dealers cancheros y franceses, metiéndose en el cuerpo todo el veneno que pueda para tapar lo evidente: que su padre lo fragmentó en mil pedazos que jamás podrá levantar y volver a su lugar, y que lo convirtieron en lo que más odiaba: un reducto de la personalidad de su padre, sin su belleza física y con todas las cicatrices transpiradas de las drogas, “demasiado elegante y extremadamente enfermo”, combinando la ropa a la perfección de tal modo que el contraste con su pelo castaño despeinado y sus ojeras resultara cautivador. Un inglés super-inteligente y meta-referencial, capaz de citar autores de memoria para dejar en claro la distancia que existe entre él y el resto del mundo, los mortales de los que él ansía alejarse con la misma intensidad caótica e impulsiva, nerviosa, con la que quiere dejar a un lado su soledad, aunque sin perder la clásica ironía contra la búsqueda de la perfección inglesa: “Llegar tarde es horrible, pero llegar temprano es imperdonable. La puntualidad es uno de los pequeños vicios que heredé de mi padre, o sea, que nunca seré chic de verdad”.

“No cabía duda, detestaba a los gordos y a los viejos y a los normales y a los drogadictos y era sexista y racista y, naturalmente, un snob, pero de un tipo tan virulento que nadie satisfacía sus exigencias”. Patrick Melrose es Patrick Bateman (ah, qué maravilla, los Patricks y la Literatura -ambos escuchan The Talking Heads (!)-) y es Humbert Humbert y Frederic Monroe o los leyó a todos y los entendió mejor que nadie y decidió vivir su vida como si fuera una película que no estuviera protagonizada por él mismo, alejándose de su propio cuerpo para poder destruirlo con impunidad, escapando del mundo por insoportable y ridículo y escapando del suicidio no por narcisismo, o por miedo  o por esperanza, sino por “el deseo de saber qué pasaría a continuación, pese a la convicción de que sería horrible: el suspenso narrativo”. Ja

Cuando la segunda parte va llegando a su fin, cuando Patrick Melrose decide poner fin a su viaje por los Estados Unidos de Norteamérica, la cuenta del hotel haciende a 2.153 dólares + 2000 (o 2500, Patrcik duda) de restaurantes, taxis y, sobre todas las cosas, lo único que de verdad consumió: drogas.  Momento en que el autor deja en claro lo mucho que conoce a su personaje (lo mucho que se conoce a sí mismo) dando muestras de lo que significaban los gastos excesivos de dinero: “la erosión de capital era otra manera de malgastar su sustancia, de volverse tan hueco y fino como se sentía, de aligerar la carga de una buena suerte inmerecida y cometer un suicidio simbólico mientras todavía vacilaba en lo referido al real”.



Por fin en Algo de Esperanza (la tercera parte) Patrick tiene 30 años y dejó las drogas aunque no pudo dejar la melancolía y el vacío, la sensación de asco hacia un mundo que no entiende y que no lo entiende a él (ninguno de los dos se esfuerzan mucho), pero no dejó al fantasma de su padre. David Melrose todavía puebla su mente, como una araña insoportable que tejió durante años una tela de tortura y desprecio y de dolor, de desdén hacia su propio hijo, que lo envolvió cuando pudo ejercer poder y no lo dejó vengarse cuando envejeció (finalmente Eleonor dejó a David y este, sin plata y viejo, se recluyó en una casa pentagonal sin ventanas que construyó para escapar del mundo, mientras su mujer se fue a colaborar con la fundación Save The Children para intentar hacer con los niños del mundo lo que no pudo con su propio hijo: salvarlos) y murió. No hubo a quién reprocharle, a quién reclamarle, Patrick no tiene a quien odiar y sin embargo el odio sigue allí, intacto, habiendo sobrevivido a la heroína y a la cocaína y su propia sensación de final, el rencor persevera al fondo de su alma como una reliquia intacta.

Los que también perseveran son algunos de los amigos de su padre, quienes lo invitan a una fiesta portentosa a la que también asiste la Princesa Margarita (enorme participación  especial, sobre todo sus opiniones sobre el reino y sobre la política –época del Commonweatlh-) y donde se muestra con una frialdad y un humor absoluto lo que antes se dejaba entrever con la misma inteligencia: el esnobismo[iii]. Todos se desprecian al mismo tiempo que se sonríen, todos se miden a la distancia y se muestran cariño en la cercanía, todos están esperando que la persona que tiene cerca se aleje para destruirla con un desdén desmedido y hediondo pero ultra eficaz.

Todo hace suponer que es ahí, en esa fiesta, donde luego de una declaración a su amigo de toda la vida, Patrick encontrará si no paz al menos un segundo de tranquilidad, entre la niebla de su pasado oscuro y torturado nacerán los cisnes de la madurez y alzarán vuelo hacia el cielo, mientras Patrick arroja una rama a un lago con la fuerza suficiente como para suponer que lo que se hunde en el vacío es el hombre que lo destruyó y al mismo tiempo lo hizo lo que ahora es.

Oh, sí, El Padre.

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*Obra: El Padre

*Autor: Edward St. Aubyn

*Editorial: Mondadori





[i] Aclaración importante: Patrick Melrose es Edward St. Aubyn, en otras palabras, sí, a Edward St Aubyn el padre lo violó cuando tenía 5 años. Dijo el Sr. St. Aubyn en una entrevista que Patrick Melrose era “una versión intensificada de mi mismo con muchos de mis defectos mientras que yo poseo pocas de sus virtudes”. Y al respecto de la crueldad de su familia, agregó: “La familia es obviamente el escenario de la peor perversión porque es ahí donde hay más presunción de amor. En ese contexto, la crueldad es más perversa”. Y quién si no él para contarlo.

[ii] Edward St. Aubyn sobre Malas Noticias: “Es en Malas Noticias donde Patrcik busca maneras de liberarse de la influencia de su padre, pero lo único que encuentra son precisamente aquellas cosas que caracterizaban a su padre: odio, desprecio, desdén. Y cuando su padre muere Patrick debe liberarse de la versión de su padre que ha internalizado”.

[iii]  Más de Edward, ahora sobre el esnobismo: "La actitud de David hacia su hijo es de un extremo esnobismo. Es cierto que cuesta encontrar el eslabón entre el esnobismo y la pedofilia, entre la malicia y la violación, pero lo hay. Él no es solo un producto de su clase. Estoy seguro de que pasa en otros ambientes, solo que yo no sabía mucho de eso. El esnobismo es universal. La gente siempre está buscando una razón para no empatizar con los demás. ¡Cuesta tanto esfuerzo hacerlo! Pueden usar la clase, el género o la raza. Cualquier excusa para despreciar a los demás y liberarse del peso que supone la empatía. No creo que ignorar a otros seres humanos sea una cosa propia de la clase alta británica"

sábado, 28 de junio de 2014

Allá, en algún lugar, todo es mejor

En “Aquí todo es mejor” Justin Taylor hace lo que toda la-nueva-generación-de-escritores (norteamericanos ellos cerca de los treinta –para abajo o para arriba-) sabe hacer con cierto encanto y descontento: congelar el tiempo en una instantánea imperfecta que siempre deja ganas de más.



 Momentos sellados al vacío y al borde de ser instagrameados que cuentan la indecisión de la adolescencia, los traumas familiares y la incapacidad de pensar un futuro en estas condiciones sociales, donde a todos nos enseñaron cómo sobrevivir en la teoría (siendo buenos y votando y yendo a la universidad a cursar carreras de mierda que terminan sirviendo para poco y a acostarse nena con nene y nene con nena) pero nunca nos dijeron que la práctica era otra cosa.

 Así, los personajes de Taylor se pavonean en un universo cool por momentos y hablan y saben de música mientras no pueden sobrevivir a la relación de turno o decidir entre dos opciones del deseo (¿realmente tienen que hacerlo?); o vuelven a casa porque la universidad fracasó y porque los hermanos menores tienen problemas; o son el diablo quejándose de que “si en su época el sindicato de ángeles hubiera sido tan poderoso, tal vez no habría dejado el gremio”; o se sienten parte de un vacío que ya nadie puede explicar, porque el existencialismo es el pasado y porque sólo nos queda rogar que las teorías conspirativas no sean ciertas, que los malos no sean tan malos y que los errores del sistema sean sólo errores, y no acciones premeditadas por las grandes corporaciones para aumentar sus beneficios aún acosta de dejarnos sin sentidos y sin historias de amor. 

Lo único que queda, al final, es la esperanza de creer en Justin -Taylor, nunca Bieber- y convencerse de que en algún lugar (¿aquí?) todo es mejor

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*Libro: Aquí todo es mejor

*Autor: Justin Taylor

*Editorial: Alpha Decay

miércoles, 11 de junio de 2014

Un montón de datos sobre Thomas Pynchon que encontré y los convertí en nota

No es difícil de imaginar.

Es el año 1974 y estamos en la entrega de los National Book Awards en el Alice Tully Hall (Lincoln Center, Nueva York) y todos esperamos que aparezca Thomas Ruggles Pynchon Jr, porque sabemos que va a ganar gracias a El Arco Iris de la Gravedad (publicada en Estados Unidos en 1973). Se rumorea que va a llegar en cualquier momento, se dice que el hombre que menos ha aparecido en los medios y en los círculos literarios (escritores-que-trabajan-de-escritores más de lo que escriben y más de lo que leen y van a presentaciones de otros libros, aparecen en entrevistas para la televisión, escriben largos ensayos sobre la cultura pop y contestan desesperados ante el llamado de cualquiera) de los últimos años por fin va a hacer su entrada triunfal y, ahí lo tienen: el ganador del National Book Award 1974 es (pausa dramática) ¡Thomas Pynchon!



En realidad todo es una exageración. Se sabe de ante mano quienes van a ser los ganadores y se anuncia que el premio también es para Isaac Bashevis Singer en una extraña decisión de a)premiar a dos escritores y b) premiar a El Arco Iris de la Gravedad del cual los señores Pulitzer habían dicho que era “ilegible, sobreescrita y obscena” . Ahí está lo que nos trajo hasta acá, se acerca a recibir el premio pero, ¿ese hombre desaliñado con un traje viejo y desgastado y todo despeinado al borde ser un linyera es Thomas Pynchon? No, el hombre que camina hacia uno de los premios más prestigiosos de la literatura es un comediante conocido como El Profesor Irwin Corey.

_¿Quién diablos escribió esto?_ dice Corey más o menos en la mitad de un discurso largo y lisérgico_ Y el jurado ha decidido dividirlo entre dos escritores: “A Thomas Pynchon por su Arco Irirs de la Gravedad”_ se burla_ Ahora, El Arco Iris de la Gravedad es una muestra del genio de este hombre…él mismo me lo dijo… que podía, en otras palabras, ser más específico, pero en lugar de aludir a lo mundano él ha decidió que la brevedad es lo importante en nuestras  existencias superficiales. Maldita sea. _continua el profesor mientras un hombre desnudo atraviesa el escenario (todo parte de la puesta en escena, “el público –según el columnista Jim Knipfel- ni que decir, se quedó estupefacto todo el espectáculo”)_ Señoras y Señores. Llegará un momento en que la religión sobrevivirá a su utilidad. Marx, Groucho Marx, decía que la religión es el opio de los pueblos. Yo digo que cuando la religión deje de ser útil, entonces el opio…será  el opio…Ah, eso no es una mala idea_

Antes y -con mucho más interés y voracidad- después de este particular evento, la prensa especializada ha tratado de responder durante años una misma y única pregunta: ¿Quién demonios es Thomas Pynchon? (del original Who the hell is he?, Sunday Times, Sudáfrica, 7 de Junio de 1998)

Sabemos lo básico: que nació en Long Island, Nueva York, el 8 de Mayo de 1937, que fue a la Oyster Bay High School y fue nombrado estudiante del año y que sale en una foto del anuario (cara –de-nerd-analicemos-la-posibilidad-de-que-sea-realmente-feo) cuyo epígrafe dice: “Amante de las pizzas; detesta los hipócritas; su posesión más preciada es una máquina de escribir; quiere ser físico; orgulloso miembro del Club de Matemáticas y del Círculo Español. Característica definitoria: su inmenso vocabulario”. Y es ahí cuando se vuelve poco más que un fantasma.

Ingresa en la Universidad de Cornwell con una beca para ser físico pero termina abandonando para unirse a la Marina de los Estados Unidos de Norteamérica en plena crisis de Suez y ahora, otra vez, de esa época también quedan fotos, las únicas, las últimas que vamos a conocer de él; pero luego en 1960 ingresa a trabajar para la Boening Airplane Corporation en Seatle, Washington y al mismo tiempo Cork –el editor de Pynchon cuyo verdadero nombre era Corlies M. Smith-  compra uno de los primeros relatos del autor –Low lands- para la revista literaria New World Writing. Y aunque para la Boening las cosas se complicaron (negaron la existencia del escritor al no encontrar su nombre en los registros hasta que lo hallaron accidentalmente en el directorio interno de la corporación) Cork consiguió lo que quería: la publicación de V, en 1963 y de La Subasta del Lote 49, mientras Pynchon cursaba inglés y era alumno de Vladimir Nabokov, aunque en el autor de Lolita haya estado estudiando según su costumbre a los lepidópteros y creando problemas de ajedrez y diga y repita una y otra vez que no, que no lo recuerda[i].



Así Pynchon al igual que sus personajes construye su vida a partir de los eventos que quedaron al margen de la historia oficial, se pasea en los espacios interpersonales de los norteamericanos como nadie, entendiendo sus ansias de paranoia y convirtiendo todo en una entropía pop que descarga la furia de historias incontenibles, porque Thomas Pynchon no parece preguntarse (como lo hace Oeditpa Maas en La Subasta del Lote 49) si deberá o no proyectar un mundo, porque le es imposible, porque para Pynchon el mundo en un sistema imperfecto lleno de submundos que se comunican de a poco, como quien no quiere la cosa, construyendo en miles de páginas la idea de que la historia es en realidad una conspiración de las fuerzas conjuntas de la tecnología, las corporaciones, la muerte y el control –y entre medio nosotros-.

Cuenta Alida Becker –la asistente de Cork- que unos días después de que Thomas Pynchon hiciera la entrega de lo que más tarde sería El Arcoíris de la Gravedad, el autor llamó y pidió hablar con su editor y como no estaba terminó hablando con ella y le preguntó qué pensaba del libro; Alida se quedó en silencio un segundo escuchando la respiración del escritor del otro lado de la línea hasta que le dijo que lo estaba disfrutando pero que era un libro muy exigente, “es muy larga” señaló, a lo que Pynchon contestó “y la tipeé yo mismo, usted sabe”.

Ese es el mismo sentido del humor que aparece en sus libros, el mismo que le permitió hacer apariciones en Los Simpson[ii] prestando su voz para hacer de sí mismo simbolizado con una bolsa de papel madera en la cabeza y un signo de pregunta a la altura de la frente y convirtiéndose en la burla de su propia imagen de autor desconocido.

Existen, además –al igual que en sus ficciones- mitos, teorías especulativas,  y posibles conspiraciones alrededor del autor: se sospechó durante muchos años que fuera Salinger y cuentan que al enterarse de tal cosa Pynchon declaró “Nada mal. Sigan probando”; existió la idea de que era el Unabomber[iii] pero más tarde al caer preso el verdadero fue desechada; se dice que Kurt Cobain se inspiró en  una de las canciones de El Arco Iris de la Gravedad para escribir Smell Like Teen Spirit (la canción de El Arco Iris decía: “Ah, ellas sí lo molestan a él, esas mujeres libres en su adolescencia, sus espíritus son tan contagiosos, te lo voy a decir, es simplemente indignante. El espíritu es tan contagioso. Nadie sabe sus edades");  sí, es cierto que es fanático y que escribió un ensayo para el grupo Lotion –aparece en su disco Nobody’s cool- y que muchos grupos de rock lo han tomado como influencia. Pero sin lugar a dudas lo peor de todo es la sospecha de que Thomas Pynchon es el padrino de Miley Cirus, basada en que el padre de la cantante-que-no-puede-mantener-la-lengua-adentro-de-la-boca confesó repetidas veces ser fanático de las novelas del autor y se cree que intercambiaron cartas en muchas oportunidades y que Pynchon accedió a tal honor. Aj.



Y ahora, sí, debería terminar con esto porque se hizo infinitamente largo, porque es imposible reducir a Thomas Pynchon en un perfil, en un par de oraciones (es casi tan difícil como encontrar a un verdadero lector de Thomas Pynchon o una buena reseña), porque es hora de terminar con lo interminable. Pero –si leyeron todo esto no creo que se molesten- antes quiero rescatar una teoría que me parece la mejor de todas, una teoría que dice más o menos lo siguiente: Thomas Pynchon es difícil de encontrar no porque él se esconda y no quiera ser visto, si no porque Thomas Pynchon somos todos nosotros, tiene la cara de todos nosotros al mismo tiempo, es el espacio interpersonal del mundo entero y eso es lo que permite habitar sus obras con personajes que no entienden su lugar en el mundo, su misión, su lugar en una historia que ellos no van a escribir, que no están dispuestos a ser lo que otros quieren pero que al mismo tiempo no pueden escapar del destino, que no saben en realidad para quienes trabajan o quienes mueven los hilos invisibles del sistema. Si el mundo es un mecanismo cuyo jefe se encuentra sentado en algún lugar contando nuestras historias, haciéndonos vivirlas como podamos, jugando con nosotros como si fuésemos no más que inmundas marionetas, forzándonos a amar, a vivir y a morir, lo mejor es pensar que ese mundo es una novela, que ese lugar es Nueva York, y que el titiritero todo poderoso y desquiciado tiene un membrete con su nombre que a veces lee en voz alta y que dice -¿qué otro nombre si no?- Thomas Pynchon Ruggles Jr.

***nota escrita para Blisstopic***





[i]  A pesar del desconocimiento general por parte de casi toda la universidad, existen declaraciones sobre Pynchon en esa época que dicen que “era del tipo que puede sentarse a leer un libro de matemáticas sólo por diversión (la declaración parece no tener mucha imaginación ni sentido ya que leyendo sus novelas uno puede darse cuenta de eso solo); uno de esos que arrancan el día a la 1 pm sólo con espaguetis y una soda y pueden sentarse a leer y trabajar hasta la mañana siguiente”.

[ii] Apareció en los capítulos 1) 323, temporada 15, llamado en España “Diatriba de un ama de casa loca” en el cual Marge escribe una novela romántica protagonizada por ella misma, su familia, y Ned Flanders en el papel del seductor vecino del lado en contraposición de su desagradable esposo, novela que obtiene buenas críticas de Pynchon a quien se lo ve de espaldas a un cartel que dice “Thomas Pynchon House, come on” (Casa de Thomas Pynchon, pase) con un teléfono en la mano diciendo “Esta es su cita: a Thomas Pynchon le encantó este libro, casi tanto como le gustan las cámaras”; y 2) capítulo 337, temporada 16, conocido en España como “Todo vale en el horno y en la guerra” donde se lo ve a Pynchon comiendo una alita de pollo que preparó Marge.

[iii]  El Unabomber fue un filósofo y matemático estadounidense con cierta debilidad poco ciudadana de mandar cartas-bomba por correo, motivado por su análisis de las sociedad moderna, que debe su nombre al siempre ingenioso FBI (es la reducción de "University and Airline Bomber" -Terrorista de Universidades y Aerolíneas)-, en inglés Unabomb) pero quien resultó ser mucho menos Thomas Pynchon y mucho más Theodore John Kaczynski.

viernes, 16 de mayo de 2014

En Da Vinci's Demons se visten de rock

Leonardo di ser Piero da Vinci está pintando al aire libre a una chica llamada Vanessa con pelo ondulado y rojo que sonríe mientras posa vestida de blanco con cintas del mismo color atadas al pelo y le dice, convencida como pocas sobre lo que está exponiendo, que todos los hombres extrañan siempre a sus madres y que eso es lo que buscan entre las piernas de las mujeres. Ok, vamos de nuevo.

Leonardo di ser Piero da Vinci, el hijo bastardo del notario de Lorenzo de Medici (Lorenzo el Magnífico: gobernante de la Florencia Renacentista, mecenas de artes, diplomático, banquero, poeta, todas-las-atribuciones-que-se-les-ocurran o, en otras palabras, el más inteligente de sus cinco hermanos[i]), está pintando al aire libre a una ex monja reconvertida en prostituta que hace toples (recuerden que estamos en Florencia en el siglo XIV y esto no parece muy probable) y vestido con una campera de cuero entallada, una remera escote en v que termina de cerrarse más o menos a la altura del estómago y que muestra todo el pecho del pintor trabajado y depilado, quien además tiene una barba de cinco días increíblemente prolija y el pelo peinado con aerosol en un look casual y antiheróico[ii] y, sí, seguimos en Florencia en el siglo XIV, mientras escucha a su musa que le dice que todos los hombres buscan en sus amantes a sus madres (Vanessa, ella, freudianas-antes-de-Freud como pocas le explica el síndrome de Edipo).



Y esto pasa porque en los primeros dos minutos de la serie David S. Goyer (su showrunner, un ser humano fantástico que te puede escribir o bien la inmunda Ghost Ridero bien la última trilogía de Batman) deja en claro que la historia le importa poco y que lo único que puede esperarse de Da Vinci’s Demons es eso: una extravagancia incoherente y espectacular, tan desmedida como maravillosa. Porque este Leonardo es ingeniero militar y buen amante, puede pelearse con la guardia entera de Florencia y ganar sin que se le corra un mechón de pelo y es autodestructivo, va a entrar sin que nadie lo note en una pileta inmensa en la cual el mismísimo Papa acostumbra bañarse con adolescente varones a los que somete a pequeños cuchillos como juguetes sexuales mientras les habla de las ventajas y desventajas del sistema de pecados, y va a enamorar a la amante de su jefe, de su señor, de Lorenzo el Magnífico, no sin antes dejar escapar una de sus opiniones poco populares, sobreactuadas y arrogantes, irónicas e imprudentes. “Es incapaz de guardarse sus opiniones para sí mismo” le advierten al señor de Florencia cuando este está a punto de contratarlo como ingeniero militar.

Da Vinci’s Demons se inscribe dentro de la estética del steampunk (estamos en Florencia en el siglo XIV y las tecnologías y los vestuarios son anacronismos o invenciones futuristas imaginadas por los visionarios de época, en este caso, Leonardo da Vinci) y los diálogos tan sobreactuados como los actores: los malos son muy malos y hablan con voz grave y medio susurrando (algo parecido a las voces de los actores cuando hacen de Batman, conocida popularmente como La Voz de Batman) y van a matarnos a todos; y los buenos aunque pecadores y fiesteros[iii] son lindos e impolutos, líderes maravillosos que pueden guiar a su pueblo-convertido-en-turba-iracunda a una paz social nunca vista e inimaginable, capaces de resolver todos los acertijos que llevan años encubiertos por el poder del Vaticano en más o menos 3 o 4 capítulos de 50 minutos aproximadamente y, claro, van a salvarnos a todos.



La trama en sentido general es simple: Florencia es próspera y libre, es el centro cultural de Europa y promulga el libre pensamiento y el arte sin restricciones (dos cosas que al Papa lo enferman como pocas). El conocimiento es propiedad pura y exclusiva de la Iglesia, las libertades están restringidas a lo que el Sumo Pontífice quiera y todo el que desobedezca está por fuera de la gracia de Dios y por suerte tienen un ejército para demostrarlo. He ahí el eje de la cuestión: el Vaticano tiene a su guardia suiza, Florencia no tiene ejército y su alianza con Milán acaba de ser destruida cuando los-representantes-de-Dios-sobre-la-tierra le cortaron la garganta al Signore Sforza (gobernador de Milán) quien sí tenía unos hombres armados que le sobraban.  Pero, llegados a este punto: ¿a qué no saben quién va a construir armas para los Medicis?

Oh, sí,  Leonardo di ser Piero Da Vinci, pero no sin antes pasar sobre Girolamo Riario (Conde y Capitán General de la Iglesia Católica y, esto es lo más importante: sobrino del Papa Sixto IV [que tenía cierta afición a nombrar a todos sus familiares en cargos relacionados a la Iglesia -se cuentan más o menos unos 25, entre ellos ocho cardenales y el Conde Riario[v]-]) quien además de ser su feroz archienemigo viste diseños inspirados en Armani, habla con la voz de Batman y quiere encontrar el Libro de las Hojas[iv] al igual que Da Vinci.

<<La historia es una mentira que ha sido afilada como arma por gente que ha aplastado la verdad>>, la frase grandilocuente y en tono de denuncia y clarividencia es pronunciada en público por David S. Goyer, quien de esa manera se defiende de los múltiples errores históricos de la serie (la persona de Da Vinci es tomada como excusa para contar una historia clásica, no más que eso, donde se convierte al genio en superhéroe arrogante y megalómano al estilo Iron Man pero sin fortuna) y por El Turco, un personaje central de la serie que oficia a modo de oráculo para Leonardo, mostrándole que en realidad su misión es encontrar el Libro de las Hojas y hablando, como todo oráculo, en clave al principio confusa, en metáforas que después resultan evidentes. Porque Da Vinci’s Demons es un gran show con un antihéroe en tono moderno: desinteresado por la idea cristiana de moral, arrogante con fundamento (en el primer episodio construye una máquina para volar –sería más exacto decir planear- y una paloma mecánica que puede volar por sí misma y de esa manera inaugurar el carnaval de Florencia; pelea y humilla al capitán de la Guardia de la Ciudad; se acuesta con la amante de Lorenzo; y logra que este último le page 50 florines por ser su ingeniero militar) en clave Sherlock Holmes, Iron Man y posiblemente Doctor House; es oscuro a la Bruce Wayne y un buen amante sin restricción en los gustos (es sometido a juicio por sodomía). Porque Da Vinci’s Demons funciona como un oráculo maldito, en el que la ambición de huída de la realidad, de la historia en forma de metáfora se acaba en el siguiente capítulo, porque la huída no es tanta como las ansias de espectáculo, tanto así, que cuando El Turco le dice que << la muerte de un hombre abre las puertas de la vida de otro>> lo más probable es que sea de interpretación literal: en el estómago de un judío que acaba de morir colgado se encuentra una de las dos llaves que abre la Bóveda de los Cielos[vi].



Por ahora se cuentan dos temporadas y ya fue confirmada una tercera, mientras la crítica especializada se desespera por destruirla, pero ahí está Leonardo, sexy, inteligente, confiado y antihéroe, creador de la grieta en un sistema regido por los bienpensantes y amos del saber, convirtiendo un cuento de hadas, venganza, pasión, sexo, y edad media (condimentos repetidos hasta el cansancio desde The Borgias hasta el exitosísimo Game Of Thrones) en un espectáculo desmesurado y al borde de lo bizarro por lo sobreactuado que trata al mismo tiempo de ser oscuro y nervioso y adulto e incontrolable. Y a veces, solo a veces, está cerca de lograrlo.

Pero quien mejor describe a la serie y a su personaje principal son sus mismos escritores, cuando ponen en boca del padre de Da Vinci lo que todos pensamos: que (su hijo -y también la serie-) se dirime entre un tono frívolo y estúpidos intentos de autopromoción.

Las dos cosas que, precisamente, lo hacen atractivo.





****nota escrita para Blisstopic*****





[i] Como autor de la nota me gustaría aclarar que la estimación positiva de la inteligencia del Signore de Médici corresponde a Wikipedia y no a mí. Para más información sigan el link: http://es.wikipedia.org/wiki/Lorenzo_de_Médici
[ii] Annie Simmons es la encargada del vestuario de Da Vinci’s Demons, y contó que los diseños elegidos para cada personaje son: Ossie Clark para Vanessa; Versace para Giulano de Medici (hermano de Lorenzo);  Armani para en Conde Riario y, por último, el vestuario de Leonardo fue inspirado en Bono, Spting, y Bruce Springsteen.
[iii] Otra vez hago una nota al pie porque me gustaría aclara que lo de “pecadores y fiesteros” es lo que el Vaticano piensa los gobernanates de Florencia, y no así lo que pienso yo, que me encantaría hacer más o menos lo menos lo mismo que ellos.
[iv] El Libro de las Hojas es un libro que se sospecha contiene todos los misterios y conocimientos del universo, hasta ahora ocultos la mayoría de ellos en El Archivo Secreto Del Vaticano.
[v] ¿Habrá que agradecerle a Tim Burton los parecidos?




[vi] La Bóveda de los Cielos es el lugar a donde se supone se encuentra oculto El Libro de las Hojas y la cuál se abre con dos llaves. (La dualidad de cerraduras corresponde al original)

viernes, 21 de febrero de 2014

Los enamorados bomba atómica

A Bajo La Misma Estrella se lo come un personaje que no es la principal (la chica de 16 años con cáncer y deprimida que encuentra al amor de su vida en un grupo de ayuda), el libro es casi por completo de Augustus Waters, el amor de la vida de Hazel.

Y es de él por algo extraño: Gus Waters es poco creíble. Fue jugador de baloncesto y eso lo convirtió en el chico popular de la escuela, es inteligente de forma adolescente y evidente en su sarcasmo, es fachero como pocos y absolutamente consciente de su belleza y tiene ojos azules y músculos marcados. Eso sí: esta enfermo de cáncer y le falta una pierna. Pero eso no le quita tiempo para enamorarse ni para enamorar a Hazel Grace -él siempre la llama por sus dos nombres-, ni le impide ser feliz de una manera desenfada y que mezcla la madurez de estar enfermo y saber que es posible e inminente morir, y la inmadurez de haber estado en este mundo poco tiempo. Ah, sí, ¡hasta sabe cuando alguien inventa un participio de un adjetivo! “¿Eres consciente de lo difícil que es conocer a una chica que se inventa un participio del adjetivo <<pedófilo>>?. Estas tan ocupada siendo tú que no tienes ni idea de lo absolutamente original que eres” le dice Augustus Waters a Hazel, cuando ella hace referencia a las hamacas del patio de su casa refiriéndose a ellas como “columpios apedofilados”.



Pero la narradora en primera persona es Hazel, alguien que sale al mundo poco  y obligada por su madre (que le ruega que se consiga una vida normal) llevando una bomba de oxígeno que le ayude a sus pulmones a respirar porque la mayor parte del tiempo están llenos de agua producto de una metástasis de su cáncer de tiroides, y es alguien a quien no le interesa ni está dispuesta conocer a nadie (se sorprende a sí misma en innumerables oportunidades como un desastre en cuanto a ropa y peinado) y menos aún en un grupo de autoayuda donde el elenco es cambiante (“¿Por qué el elenco era cambiante?”, se pregunta Hazel. “Un efecto colateral de estar muriéndose” ) y donde según sus matemáticas el resto es un coro de bastardos al que hay que sobrevivir (“Cuando te dicen que tenés veinte por ciento de posibilidades de vivir cinco años más, entran en juego las matemáticas y calculás que es una posibilidad de cada cinco. Así que mirás alrededor y pensás lo que pensaría cualquier persona sana: tengo que durar más que cuatro de estos cabrones.”)

A pesar de su humor negro y de sus salidas románticas e irónicas, Hazel y Gus son dos adolescentes normales: ella mira reallitys grabados y él se dedica a los videojuegos. Y sin embargo la novela ha sido un éxito en los Estados Unidos en todo tipo de públicos y ha reafirmado al autor en su fama de escritor para novelas teen que también son leídas por adultos.

Una fama que empezó con Looking for Alaska en 2005 y que culminó con la entrada a la lista de libros de 2011 elaborado por la Revista Times. Pero la carrera de John Green empezó mucho antes, cuando trabaja de capellán dando asesoramiento con, según el mismo, “cierta inclinación religiosa” a niños que estaban muriendo o a sus familias.
“Me inscribí en la escuela de teología y pensé que iba a ser un ministro pero descarté esa idea con rapidez, mientras trabajaba en el hospital”, relata Green sobre un trabajo que le duró 5 meses hasta que sintió en estaba una encrucijada entre su trabajo y su verdadera vocación: “me encontré muy insatisfecho con las respuestas que se ofrecen aún hoy tradicionalmente a las preguntas de por qué algunas personas mueren o sufren mucho, y por qué otras lo hacen tan poco. Todavía voy a la iglesia, a veces, pero no me sentía cómodo llevando los servicios”.



No es casualidad que su vida se mezcle en su relato, tanto es así que John Green dedica el libro a Esther Eearl, una amiga que murió de cáncer en 2010 y confiesa haber intentado escribirla durante 10 años, hasta que encontró la forma y la voz que estaba buscando para su protagonista femenina.

Otro dato significante: confeso admirador de David Foster Wallace, el autor esconde una serie de referencias a La Broma Infinita en un libro de titulo ficticio que Hazel le presta a Gus y que cobra protagonismo llamado Un dolor Imperial, que relata a su vez una historia sobre el cáncer. De manera que el libro son tres historias superpuestas llenas de meta-referencias: Green trabaja como coordinador de un grupo de ayuda de enfermos de cáncer, conoce una amiga que muere de cáncer a quien le dedica el libro que narra la historia de dos enamorados bomba atómica (Hazel y Gus están a punto de explotar y sus esquirlas van a dañarnos a todos) que a su vez hablan sobre un libro que cuenta la muerte provocada por la misma enfermedad. Y Bajo La Misma Estrella -hiper-consciente de eso- inicia con una cita del ficticio Un Dolor Imperial y con una nota del autor que advierte: “ni los lectores ni la novela ganan nada intentado descubrir si la historia encierra en sí algún hecho real. Agradezco vuestra colaboración a este respecto”, más adelante nos damos cuenta: Hazel y Augustus Waters corren atrás del autor de Un Dolor Imperial para averiguar cómo acaban los personajes.

Y John Green nos pide que no hagamos lo mismo con él para saber de los suyos, después de todo, los personajes son fantasmas que habitan las historias que contamos y nos cuentan para no aceptar lo que sabemos: que cualquier pibe normal comparado con Augustus Waters apesta a mediocridad.


***

*Obra: Bajo La Misma Estrella


*Autor: John Green


*Editorial: Nube de Tinta (sello creado por Random House para no tener que clasificar la novela para un público en particular)