miércoles, 25 de septiembre de 2013

El grito del feminismo pop o cómo ser Caitlin Moran

Caitlin  Moran mira desde la tapa de Cómo ser mujer directamente a la cámara. Tiene un mechón blanco que acompaña al pelo que le cae hacia su izquierda, un saco negro y, debajo, una remera roja con círculos blancos. Mira con sus ojos azules enormes y delineados, su boca ancha, sus lejas levantadas, desafiante, como dejando en claro que sí, que dentro de ese libro contó muchas de las cosas que le pasaron -que tuvo que pasar- y como casi todas ellas la hicieron la mujer que hoy es: columnista estrella de The Times, miembro del fenómeno periodístico Tits and Wits (Tetas y Cerebro), premio 2010 a mejor columnista, y premio 2011 (todos premios otorgados a la prensa británica) a mejor crítica y mejor entrevistadora, madre, esposa, irónica y maravillosa. Mira a la cámara siendo perfectamente consciente de su ironía, su descontrol, su inteligencia, su condición de mujer: ¿Y? Estoy esperando que digas algo de mí.Soy Caitlin Moran.



Nació en 1975 en Wolverhampton, eran en total 8 hermanos y eran (viviendo casi exclusivamente del subsidio por discapacidad del padre) pobres, muy pobres. Lo más parecido a una torta de cumpleaños que recibió fue una bagette partida al medio con queso Philadelphia, se vestía con la ropa de la madre (lo que se hizo aún más insoportable cuando llegó a la adolescencia y no sólo el resto del mundo tenía que verla vestida de otra época sino que además también llevaba ropa interior destruida y usada),  jugaban con la hermana a las muñecas y fingían que asaltaban los yates de la clase alta y se peleaban por el único hombre en la ficción: un Action Man cojo y abandonado.

De adolescente no la pasó bien: la perseguían en los parques y le tiraban piedras, ella no era conscientemente gorda y creía que podía ocultarlo con ropa abultada y con un hablar acelerado y lleno de hipervínculos culturales, televisivos y ultra pops, hasta que el primer amor de su vida le preguntó si tenía un apodo en el colegio, ella respondió que sí, y el agregó:

_¿Te llamaban gordi?_

No, no la llamaban gordi pero, eso, a esa altura, tampoco importaba demasiado. La madre no creía en la medicina (lo que resultó de pésima ayuda en la época de la menstruación) <<El desodorante da cáncer. Y tú no quieres eso>> son algunos de los consejos que le da; la única compañía de Caitlin es su perra pero “la perra se lame la entrepierna” cuando Caitlin le habla y eso la “entristece un poco”; habla con su hermana Caz y al principió se llevan pésimo pero después se vuelve una gran e importante influencia, tanto así que está presente en casi todos los capítulos del libro.

Cómo ser Mujer narra la historia de Caitlin Moran acompañada de sus sarcásticas reflexiones, siempre dejando al descubierto lo difícil que es ser mujer, lo que a ella le costó, pero sin caer en el feminismo pesado ni en las largas declamaciones filosóficas (de hecho hasta se la ha tildado de superficial [“Sí, soy una exitosa mujer de clase obrera. Tengo un collar de oro donde puedes leer: SOCIALISTA”] y de machista), y diciendo lo que ella piensa, sabe, y se sube a un banquito (el banco de la prensa mundial) para gritarlo: que es feminista (que todas las mujeres deberían serlo), pero que su feminismo está alejado de las viejas discusiones y mujeres con bigote y mal vestidas y se acerca más a lo siguiente: sí, son mujeres y tienen problemas, incluso más que los hombres, pero la mejor manera de solucionarlos es exponerlos frente a toda la sociedad y reírse de ellos. Lo que Moran demuestra es que es mucho más eficaz una ironía o un comentario ácido bien construido que una charla interminable entre cuatro feministas que se ahogan en un cuarto con el humo del cigarrillo y se parecen al Partido Obrero.

Y Moran del P.O no tiene nada. Vivió de pub en pub, viaja en jet con Lady Gaga (se hicieron amigas y Moran le dedica casi el capítulo completo titulado Modelos a seguir y lo que hacemos con ellos) se colapso en una entrevista exclusiva a Radiohead pasada de marihuana y protagonizó el escándalo de ser acusada de racista: a Lena Dunham la tildaron de discriminadora por no incluir personajes negros en su serie (Girls) y Moran usó una de sus columnas para defenderla. “La gente había sido amable conmigo durante 20 años y, de golpe, fui una perra racista. Me resistía a caer en el tópico aquel de <<pero yo tengo amigas negras>>, hasta que una amiga negra me dijo: <<Ok, esto es lo que vamos a hacer. Me voy a echar en el suelo, apoyarás tu pie sobre mi cuello, sacaremos una foto y la twittearemos, perra racista. Pondremos: así es como Caitlin Moran trata a las negras feministas>>. Ahí, se acabó mi inquietud”



El relato está plagado de referencias pop (la sobre carga de referencias es una marca de estilo del fenómeno tits and wits), tanto así que hasta la traductora parece agotarse: página 78, segunda nota de la traductora al pie (N. de la T) “veáse la nota 1 de la página 34” escribe en un recurso que vuelve a usar en las páginas siguiente cuando las referencias se repiten.

Un dato importante es que a pesar de la carga de feminismo propia de la autora, la novela no sólo fue un éxito en términos de mercado, sino que además tuvo un índice de ventas online descomunal, la razón: los hombres compraban el libro en versión digital para ahorrarse la vergüenza de pasearse con un libro titulado Cómo ser Mujer.

Moran es una Lena Dunhamn sin la carga de insoportable melancolía e histeria, Moran es Amy Winehouse sin la música y la sobredosis, Moran es Malena Pichot si la Malena Pichot a) fuera algo más que una concheta resentida abandonada por su novio, b) hubiese trabajado en Melody Maker y conocido ahí a su marido, y c) hubiese leído más (muchos más) que dos libros.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Tus putos ángeles aterradores

Cuando John Irving empezó a escribir Personas como Yo, su hijo tenía 10 diez años, 9 años después (el tiempo que John Irving se toma más o menos para escribir sus novelas) cuando estaba terminada, su hijo le dijo que era gay. Para John Irving  y para su novela recién terminada fue una suerte, dice, “si no le interesa a nadie, al menos tendré un lector”.




Personas como Yo  es el relato de (casi) toda la vida de Billy –William Francis Dean Abbot-, un outsider que nace en un pueblo y vive acomplejado por sus encaprichamientos poco convenientes: se enamora del chico más popular-irónico-inteligente del colegio al que asiste y está enamorado de él (casi) toda la vida, se enamora de la srta. Frost (una bibliotecaria de la que nadie habla bien públicamente y que no es lo que parece), se enamora de su padrastro, Richard Abbot.

Siguiendo la idea literaria de Dickens (su máximo ídolo) el lado Irving de la literatura implica necesariamente que la observación social es fundamental como parte del trabajo del escritor, quien tiene la obligación de observar y narrar la verdad, en este caso: la historia de todos los movimientos para la liberación sexual:

“Quería cubrir en esta novela toda la trayectoria de los movimientos para la liberación sexual bajo el prisma de la plaga del sida y hasta la situación postplaga. Desde la edad oscura de los años 50, los inicios de la liberación en los 60, los alegres 70, hasta que se estrellan con la epidemia en los 80 y 90, para resurgir en el nuevo siglo con los movimientos organizados en los campus universitarios y ahora con el debate sobre el matrimonio homosexual”.

Lo dicho anteriormente es, a grandes rasgos, el recorrido histórico de la novela. Entre todos esos años Billy se narra a sí mismo como adolescente (todo el primer período en que asiste a la academia Favorite River), como hombre (años vividos en distintos lugares y asistiendo a la plaga y a los sobrevivientes  -tanto amigos del pasado como amigos y amores recientes- ), como anciano (viviendo de nuevo en su pueblo natal y ejerciendo de profesor guardián de una transgénero -la escuela, como casi todas, se ha vuelto mixta-).

Favorite River es el mejor escenario para Billy, la academia es exclusivamente masculina y ahí conoce a su principal ángel aterrador: Kittredge, un adolescente más grande que él de quien se enamora; un adolescente con el cuerpo duro y marcado y que, como capitán del equipo de lucha, se pasea en mayas ajustadas;un adolescente capaz de actuar en una obra de Shakespiare, de recitar sus diálogos a la perfección, de usar todo su ingenio en contra de Billy para torturarlo, acorralarlo, enamorarlo.

Hay una escena que explicita la tensión sexual que existe entre ambos: Bill está ayudando a Kittredge con el alemán y Kittredge lo encuentra y lo agarra desde atrás sosteniéndolo apretado contra su cuerpo con una llave de un sólo brazo. Repasan diálogos en alemán, Billy tiene la esperanza de que esa escena dure para siempre pero no, <<Ein jeder Engel ist schrecklich>> le grita a Kittredge cuando éste se está yendo.

_Rilke, ¿no?_ pregunta Kittredge refiriéndose al autor de la frase.

_Rilke, sí. Es my famosa: <<Todo ángel es aterrador>>_

Todo ángel es aterrador, le dice el adolescente enamorado a su amor imposible y Kittredge, de pronto, parece saberlo todo, parece saber que cuando Bill dice ángel aterrador se refiere a él, parece conocer su amor y sus secretos desde siempre. Se quedan quietos mirándose, a lo lejos, en medio del salón de los chicos de último año de Favorite River:                       

_Seguro que todos tus putos ángeles serán aterradores_ grita Kittredge.

Y lo son.



Hay muchos personajes que participan activamente en club de lucha de Favorite River como también es cierto que Bill tiene problemas para pronunciar algunas palabras, tal vez porque el mismo Irving estuvo en el programa de lucha de Exeter (la ciudad donde nació), tal vez porque el mismo Irving sufre de dislexia, tal vez porque Personas como yo es como la mayoría de las novelas de John Irving: una mezcla de cripto-biografía, carga política, y risas espontáneas y consagración inmediata del freak-outsider como héroe final e indiscutible.

Y a pesar de la maestría de la novela hay cosas que parecen no encajar: en los primeros 60’s es raro hacer coincidir la idea de un abuelo que en las obras de teatro encarna personajes femeninos en un pequeño pueblo de los Estados Unidos, es por lo menos particular el desenlace final en el que todos se vuelven gays o transexuales, hay demasiadas referencias a Shakespiare y a todos sus personajes de sexualidad dudosa o alternativa, es divertido que John Irving se tome casi 500 páginas en contar algo que estaba claro en las primeras 200: a Bill le gustan los travestis.

***

*Obra: Personas como yo

*Autor: John Irving

*Editorial:Tusquets

jueves, 19 de septiembre de 2013

Sírvame otra copa

Podría decirse que Augusten Burroughs es un gran mentiroso si no fuera absolutamente obvio: es escritor. Es escritor y es uno de los más exitosos dentro del género memoir (memoir es un término francés que sería algo así como: hablo sobre mi vida pero exagero tanto en los detalles que termina siendo todo un invento al que conviene no querer chequear  -los inventos chequeados reciben el nombre de autobiografía-) y no tuvo una infancia fácil pero supo cómo aprovecharla.



Nació en 1965 en Pittsburgh. Tenía un padre alcohólico y profesor de literatura en la Universidad de Massachusets (John G. Robinson) y una madre que quería ser poeta (Margaret Robinson) y un hermano que termino publicando un libro titulado “Mírame a los ojos: mi experiencia con el síndrome de Asperger”*.

En 1978 los padres se divorcian y Augusten (en ese momento no se llamaba Augusten sino que llevaba aún su verdadero nombre: Christopher Robinson) que tenía sólo 12 años, es enviado a vivir con el psiquiatra de la madre por dos razones: el padre es alcohólico y no parecía la mejor idea dejar al niño con él, y la madre quiere ser poeta y al parecer eso le impide cuidar a su hijo.

A partir de este punto la historia de Burroughs toma caminos confusos y todo se reduce a dos versiones: 1, la que él publica en su primer y más exitoso libro titulado Recortes de mi vida  y editado en español por Anagrama (las críticas que recibió este libro fueron realmente buenas: Washington Post afirmó “es lo mejor que se ha escrito en el género”, y el libro apareció en la lista de best-sellers del New York Times una semana después de haberse publicado y permaneció allí por otros 2 años) y 2, la que cuenta la familia del psiquiatra quienes al enterarse de la publicación de lo que ellos consideraron su intimidad, le iniciaron un juicio a Augusten que finalmente se arreglaría por un monto desconocido.
En el libro se cuenta la historia de un niño de 13 años que vive con la familia del Dr. Finch y en el libro pueden leerse algunas de las costumbres poco-saludables-psicológica-y-físicamente-hablando de la familia:
  • -          las hijas del doctor Finch juegan con una máquina de electroshock que guardan debajo de la escalera.
  • -          la esposa del doctor come alimentos para perro
  • -          el más chico de los Finch hace caca por toda la casa y a nadie parece molestarle
  • -          el Dr. Finch examina todos los días su propia caca en busca de rastros psiquiátricos y  paranormales
  • -          y Augusten mantiene una relación con un paciente del Dr (el doctor acostumbra a llevar a sus pacientes a vivir en su propia casa) que es 25 años mayor que él (que Augusten)
La historia se publica y  todo sigue bien y el éxito llega para el escritor hasta que la revista Vanity Fair descubre que la familia Finch era en realidad la familia Turcotte y todos sus miembros salen a hacer declaraciones a la prensa sobre lo indignados y sorprendidos que están de que su intimidad sea expuesta de manera tan tendenciosa, falsa, y perjudicial para la familia. El juicio y el escándalo finalizan cuando en 2007 todos llegan a un acuerdo extrajudicial (1).

En El dique seco, en cambio, Augusten Burroughs ya no es un niño. Tiene 24 años, es un publicista exitoso y tiene mucho dinero, pero es alcohólico y van a echarlo de su trabajo si no entra a rehabilitación ahora mismo. Él accede porque unas vacaciones le vendrían bien (“Un centro de desintoxicación dirigido por maricas debe ser fabuloso. Además, habrá posibilidades de escuchar buena música y de practicar sexo”), porque detesta su trabajo de publicista (-¿Hasta qué punto odias la publicidad?-La aborresco-) y porque si no lo hace se queda en la calle.

La historia permite resumir su adicción en números: 1452 son las botellas que Augusten tiene en su departamento como recuerdo de todo el whisky que se tomó,  7 años tenía cuando empezó a tomar remedio para la tos a escondidas,  a los 12 fue su primera borrachera auténtica, 1 litro de Dewar’s es lo que toma cada noche seguido de cócteles, de 6 veces llevó a 1 vez por mes la frecuencia de la cocaína y de 10 a 15 la cantidad de pastillas de  Benadryl  porque es alérgico al alcohol y sólo con el antihestaminico puede meterse todo eso en el cuerpo (la dosis recomendada por los médicos es, como máximo, de dos pastillas).



Pero Burroughs no está solo. Tiene un amigo de toda la vida del que estuvo enamorado y que ahora tiene sida: Pighead; una compañera de trabajo insoportable que lo único que hace es leer libros de autoayuda y repetir frases de autoayuda; en la clínica conoce a un inglés que después de la rehabilitación se va a vivir con Augusten; se enamora de Foster, un adicto al alcohol y al crack que conoce en una reunión de Alcohólicos Anónimos.

Todo está contado en clave de sarcasmo (2), referencias pop (3) y un estilo gélido y superficial a la Patrick Bateman (4). En El Dique Seco Burroughs es tan auténtico y gracioso y eficaz (en una encuesta realizada por Entertainment Weekly sobre las personas más divertidas de los Estados Unidos ocupó la posición 15 de una lista de 25) sin llegar a los extremos de la incredulidad como con Recortes de mi vida.

Y aunque el final es un corte en la historia con felicidad y una cadenita con la imagen de una cabeza de cerdo de oro, la imagen que queda de Burroughs es la de un gran escritor sentado en un sillón negro, con un Armani perfectamente puesto, y una copa de Bloody Mary en la mano, mirándote a lo lejos y directamente a los ojos, levantando el brazo en gesto de brindis, al borde del sarcasmo, queriendo acostarse con vos.


* El Síndrome de Asperger se ubica dentro del espectro del autismo y de los trastornos generalizados del desarrollo y consiste, en pocas palabras, en la dificultad de mantener una comunicación y de interactuar socialmente. Sí, el nombre se debe a que el que lo estudió primero se llamaba  Hans Asperger, y lo agrego para que se entienda en qué contexto familiar creció Augusten.

(1). Luego de esto el escritor aprendió la lección y en la primera página de El Dique Seco advierte que “algunos episodios son recreaciaciones imaginarias que no intentan reflejar en absoluto hechos reales”.

(2) Cuando una enfermera lo recibe en la clínica de desintoxicación, le informa que va a darle un Librium para que se tranquilice, entonces, él piensa “Eh, espera un minuto… ¿un librium? ¿la pastilla conocida como “la ayuda de las mamás”? Seguro que si me hubiera internado en una clínica de desintoxicación normal, para heterosexuales, no me hubieran dado una “ayuda de las mamás” para bajarme la presión arterial”

(3) Sobre la alimentación en clínica dice: “En aquel lugar me sería fácil hacer de Karen Carperter”. Karen Carpenter es una de los The Carpenters y fue una famosa víctima de la anorexia. Sobre la clínica: “este es el típico lugar que Liz Taylor no pisaría ni muerta”

(4) “Llevo un traje negro de Armani y unos mocasines de Gucci color tinto” y, como un ejemplo más, sobre su compañera de trabajo dice que “le gustan los bolsos Hermes y los zapatos Manolo Blank”.

***

*Obra: En el Dique Seco.

*Autor: Augusten Burroughs


*Editorial: Anagrama

Un libro lleno de ventajas

(Advertencia: Quien escribió esta columna lo hizo vestido con traje negro, camisa blanca, y corbata negra, escuchando la lista de canciones que se expone al final)

Cuando tenía 26 años Stephen Chbosky escribió un libro lleno de ventajas pero prefirió, entre todas ellas, una sola: la de ser invisible. Pero él empezó escribiendo otra historia: “La idea del libro se inició en la escuela. Yo estaba escribiendo un tipo muy diferente de libro entonces, y en el, el narrador dice: supongo que es sólo una de las ventajas de ser invisible. Yo escribí esa línea y allí me detuve. Y me di cuenta de que en alguna parte de la frase “las ventajas de ser invisible” estaba el niño al que realmente quería encontrar. Dejé de escribir el libro en el que estaba trabajando y, cinco años más tarde, escribí Perks”, dice un Stephen Chbosky ahora mayor, refiriéndose a su libro The Perks of Being Wallflower (Las Ventajas de Ser Invisible) editado en español por Alfaguara.

Nació el 25 de enero de 1970 en Pittsburg, Pennsylvania, es hijo de Fred (un ex asesor de finanzas) y de Lea (una cobradora de impuestos), se licenció en la Universidad del Sur de California en 1992, pero la escuela donde encontró a Charlie -protagonista de Perks- inserto en la frase “las ventajas de ser invisible” fue la Upper St. Clair, una escuela secundaria local.



La novela sería publicada en 1999 por MTV/Pocket Books a los 30 años de Chbosky y reeditada desde entonces, desoída por la crítica, comentada incansablemente por los adolescentes, convertida en novela de culto teen, y protagonista de varios conflictos políticos, morales, y estúpidos.

Uno de esos casos se dio en 2004, en Wisconsin, cuando un maestro decidió que los alumnos deberían leer Las ventajas de Ser Invisibles. Se siguió el protocolo correspondiente: la escuela pidió el permiso a los padres en primer lugar y ellos firmaron la conformidad. Pero parece que los padres no están acostumbrados a leer los comunicados de la institución y entonces cuando un hijo le comenta alguno de los contenidos del libro a su familia, esta se escandaliza: en el libro hay consumo de drogas, hay homosexualidad, hay sexo, en otras palabras, esta toda esa realidad que los adultos quieren negar argumentado moralidad y religión, asustando con viejos fantasmas y falsos paraísos inaccesible para pecadores y lugares donde las llamas devoran a los herejes. Mientras tanto y en consonancia: el presidente George W. Bush, se reunía con un legislador de Alabama que quería que todos los libros con personajes homosexuales fueran eliminados de las bibliotecas públicas y las escuelas.

Las Ventajas de Ser Invisible fue prohibido en escuelas de Massachusetts, Long Island y Wisconsin según la lista oficial, según la otra las escuelas son muchas más.

Sin embargo, el autor nunca intentó que fuera una novela para adolescentes, y se lamenta de que “las personas no puedan encontrar un terreno común. Las personas que se oponen por razones morales no pueden ver el valor del libro, y las personas que ven el valor del libro no se dan cuenta de por qué molesta a las personas religiosas”.

Lo que les molesta a esas personas es Charlie, porque Charlie tiene una ventaja: la ventaja de ser un chico de 15 años ingenuo que construye desde ese lugar la tolerancia necesaria como para experimentar con el mundo sin prejuicios y con aceptación. El libro está compuesto por una serie de cartas que Charlie le escribe al lector llamándolo querido amigo y quizás en ese acto se revele lo más importante: Charlie está sólo, tiene un profesor de literatura que todo el tiempo le recomienda libros, le gusta muchísimo leer, y busca desesperadamente que lo quieran. Querido amigo.

Y desde lugar, Charlie encuentra refugio en Sam (se enamora de ella y tiene que verla con otros hombres y cuando por fin ella se decide él no puede acostarse con ella porque Charlie tiene un pasado que lo persigue y que en ese momento se le revela de golpe dejándolo desnudo –metafórica y literalmente- frente al televisor en el sillón del living de sus padres y luego internado en un psiquiátrico) y Patrick. Patrick es gay y sale con un miembro del equipo de fútbol que no está dispuesto a decir la verdad: que ama a Patrick y que sólo con él es sincero porque frente al mundo es un hombre heterosexual que tiene novia y un padre al que no puede enfrentarse.

La segunda ventaja es el amor. El amor que siente Charlie por Sam, el amor que siente hacia sus amigos y los momentos que juntos componen el relato: Charlie quiere ser escritor y le regalan una máquina de escribir, Charlie quiere ser escritor y Patrick le regala prenda por prenda un traje negro “porque los escritores siempre andan de traje”; Sam y Patrick son hermanastros excéntricos y divertidos y cuidan a Charlie la primera vez que come un brownie con marihuana, lo llevan en su camioneta mientras Sam se sube a la caja, se para en ella y extiende los brazos al cielo mientras cruzan por debajo de un puente y suena a todo volumen su canción: Landslide, de Fleetwood Mac.



Tercera ventaja: el libro, como la historia de Charlie, está repleto de canciones. Charlie recibe sin querer un disco de The Smiths, Charlie graba un mixtape para un regalo con una lista de canciones con las cuales él vivió grandes momento con sus amigos. Lo mismo ocurre con los libros: el profesor de literatura amigo de Charlie no para de darle libros para que lea y los títulos están ahí, cada vez que Charlie habla de ellos.

Y la última de las ventajas: La ventaja de Ser Invisible. En una fiesta, en una ronda, Patrick levanta la copa y pide un brindis por Charlie, por su invisibilidad, que no significa otra cosa que su capacidad de ser sensible, perceptivo, de estar ahí sentado escuchándote cuando uno habla sin juzgarte, prestándote toda la atención del mundo, ocupando ese lugar que la mayoría despreciaría al no poder hablar de sí mismos todo el tiempo.

Ocupando, ese lugar, al que muchos parecen haber renunciado.

 (Lista de canciones:
Asleep, The Smiths; Vapour Trail, Ride; Scarborough Fair, Simon & Garfunkel; A Whiter Shade Of Pale, Procol Harum; Time of No Reply, Nick Drake; Dear Prudence, The Beatles; Gypsy, Suzanne Vega; Nights in White Satin, The Moody Blues; Daydream, Smashing Pumpkins; Dusk, Genesis; MLK, U2; Blackbird, The Beatles; Landslide, Fleetwood Mac.


Ahora puedo sacarme el traje. Gracias, Charlie)

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*Obra: Las ventajas de ser invisible

*Autor: Stephen Chbosky

*Editorial: Alfaguara

Al escritor que me enseñó la muerte

En la imagen se lo ve a Guibert solo, con la piel pegada a los huesos de la cara, con ropa que –ahora- le queda grande. Está flaco y solo y de esa belleza francesa que lo convirtió en uno de los hombros más lindos y polémicos de Francia queda poco. Casi nada. Le quedan sus ojos, siempre le quedarán sus ojos, aunque de uno casi no vea.

Está sentado en un sillón grande de madera de un cuerpo y se arremanga tanto la camisa roja como el saco azul. Espera una inyección, una más, una de tantas. De fondo se escucha su voz, en un impecable francés, que relata lo que estamos viendo. Se acerca la enfermera, lo toca, lo inyecta. Hervè Guibert, que nació en 1955 en una familia clase media cualquiera de París, tiene SIDA. Se está muriendo.

La imágenes corresponden al documental que grabó sobre su vida y sobre su muerte –sobre todo de esta última- llamado El Pudor o El Impudor. Ese es su relato final.



Fue fotógrafo, actor, director de cine y escritor. Fue periodista y escribió para Le Monde una columna sobre fotografía. Y ni siquiera todo su talento pudo opacar lo que la sociedad francesa le reclamaba y le reprochaba: que fuera abiertamente homosexual, que le gustaran los hombres, que escribiera todo el tiempo sobre sí mismo y que sus obras no fueran más que una mezcla “fría, glacial, insoportable y cruel” de autobiografía y ficción.

Guibert sabía que la sociedad no aceptaba sus gustos y quizás por eso decidió luchar abiertamente contra ella. “Cuando veo el hermoso cuerpo desnudo, carnoso, de un albañil en una obra, no sólo me gustaría lamer, sino también morder, jalar, masticar, tragar. No descuartizaría, según la moda japonesa, a uno de esos obreros para apretujarlo en mi congelador: me gustaría comerme la carne cruda y vibrante, cálida, dulce e infecta”. Vivió su vida pública como gay, aniquiló su cuerpo social hablando sobre la enfermedad y sobre lo que los demás llamaban su “suicidio sexual”, y se metió con uno de los máximos exponentes de la intelligentsia francesa de la época: uno de los amores más importantes de su vida fue Michel Foulcault, y sobre él escribió el libro que lo catapultó al éxito, Al amigo que no me salvo la vida (1990).

Pero Hervè tuvo otros amores: Thierry Jouno, y un adolescente de 15 años al que se conoce como Vincent M. y sobre el que escribe el libro Fou de Vincent.

En 1988 le diagnostican SIDA y él vuelve su enfermedad el centro de su obra. Guibert coquetea con la muerta, baila con ella hasta que ella lo seca y lo aplasta y sobre ella dice: “La amordazan, la censuran, pretenden ahogarla en el desinfectante, asfixiarla en el hielo. Yo quiero que saque su voz potente y que cante, diva, a través de mi cuerpo. Será mi única pareja, seré su intérprete. No dejar que se pierda este manantial espectacular inmediato, visceral. Darme la muerte en el escenario, ante las cámaras. Dar este espectáculo extremo, excesivo de mi cuerpo, en mi muerte. Escoger los términos, el progreso, los accesorios.”

Mientras pasan los años y la enfermedad avanza el coraje de Guibert (quien a esta altura ya sufrió la muerte de varios de sus amores y sus amigos) disminuye y aparece la vergüenza de afrontar la verdad ante su familia. El hombre que escribió todo lo que quiso sobre su romance con uno de los filósofos más importantes de la historia y que hizo pública su condición sexual sin la autorización de este último (cuando Guibert publica Al Amigo que no me salvo la vida Foulcault ya estaba muerto); el hombre que aceptó e hizo frente, estoíco, a todas las críticas; el hombre que usó su talento como un revólver que sostenía mientras apuntaba mirando entre sus rulos para disparar al centro de un mundo que no lo entendía, sosteniendo la mano de otro hombre con fuerza, ahora tiene miedo de la mirada de sus padres: “Mi preocupación principal en todo este asunto es morir lo más lejos posible de la mirada de mis padres.”, anota, Guibert, con un brillo triste en la mirada y con el revólver ahora descargado, con la mano cansada.



Citomegalovirus, diario de hospitalización, trata sobre su muerte, sobre su soledad, sobre sus miedos pero también sobre su sentido del humor.  En el relata el período que estuvo internado tratando de no perder un ojo (citomegalovirus es –la obviedad de la no sorpresa y la redundancia- un virus común para los enfermos de VIH antes de la aparición de los antirretrovirales en 1996), entre el 17 de septiembre y el 8 de octubre de 1991, y escribe como una protección, como un antidepresivo. Escribe porque ya casi no puede leer y escribe porque ha decidió que hasta el último momento hará lo que se le antoje y se revelará contra todo el canon de la literatura francesa que llama a sus relatos peyorativamente como “literatura del yo”, y lo tildan de narcisista. Escribe para hacer pública su vida para que nadie después diga que él jugó con la publicidad de la vida de Foulcault para hacerse famoso y que luego esconde su propia vida. Hervè amaba a Michel y lo extrañaba.

¿Por qué diablos no se terminará de juzgar al narcisismo? ¿Cómo un sustantivo encantador y serio pudo volverse tan trivialmente peyorativo? Lo que se denigra como narcisismo: ¿no es acaso el mejor de los intereses a los que uno debe dedicarse, para acompañar a la propia alma en las transformaciones?


Casi ciego por causa del SIDA, con un cuerpo que él mismo –amante de los cuerpos de los hombres- ya no podía soportar, Hervé Guibert intentó suicidarse en la víspera de su cumpleaños, y murió unos días más tarde, el 27 de diciembre de 1991.

***

*Obra: Citomegalovirus

*Autor: Herve Guibert

*Editorial: Beatriz Viterbo

Desaparezca aqui

Un jardín de infantes no puede –no tiene permitido- ser muy distinto de otro. Pero de pronto entre todos los nenes que están ahí hay uno que no sabe ser como los demás, que no juega con juguetes de colores, que no dibuja con crayones una familia feliz con un sol de fondo y una casa que rompe la armonía de un paisaje donde las personas son más  grandes que las casas pero más infelices que el sol, que no tiene un autito en la mano ni una muñeca ni ladrillitos para armar una casa ni llora extrañando a su mamá. De pronto hay un nene entre todos que viste una polera negra y sale a caminar en la lluvia y lleva las manos en los bolsillo en señal clara de que detesta y no entiende el sinsentido hediondo del mundo que lo rodea: No encontraba mucho placer en las cosas que les gustaban a mis compañeros: las «trepadoras» de la plaza, la calesita, los areneros, los baldecitos y las palitas,...bailar en círculos alrededor de alguna planta, todos agarraditos de las manos; sacar juguetes de bolsas, volver a guardar los juguetes en las bolsas, hacer cola para que te den leche chocolatada... todo eso me parecía sin sentido".

Una reunión de pibes de 19 años no puede –aunque sí lo tenga permitido- ser muy distinta de otra. Pero de pronto entre todos los comentarios sobre la minita de turno, sobre los autos, sobre las borracheras, sobre qué es lo van hacer, hay un pibe que se levanta vestido de negro y va al baño a tomar cocaína: no soporta la superficialidad y la falta de romanticismo.



Estamos en Los Ángeles, en una noche cualquiera, y ese pibe-nene es Bret Easton Ellis, nacido en esa ciudad en 1964 y autor de Menos que Cero  y de su continuación, Suites Imperiales y, claro, detesta LA aunque le haya servido de inspiración para sus novelas y de escenario para su vida: "En Los Angeles la gente tiene serios problemas cuando pierde su belleza física porque allí todo es superficie: tienen cinco o seis años para hacer dinero, y luego, bueno, el horror". La vida de Ellis disfrazó de superficialidad su encanto real y tiño de rock, drogas, sexo, bisexualidad, misterio y belleza todo lo que pasó por su lado y Menos que Cero fue la novela que lo catapultó al éxito y lo hizo millonario cuando sólo tenía 21 años. Después de eso vino la fama y más dinero aún destinado al descontrol: vivió durante muchos años en un departamento sin muebles durmiendo en el piso en un colchón tan destruido como sucio, rodeado de botellas vacías y botellas próximas al vacío, con todas las drogas que pudo ingerir, con sus papeles de lo que había escrito y pensaba del mundo, con las críticas despiadadas que Los-Desesperados-De-Siempre-Por-Dictar-El-Canon-De-La-Buena-y-Mala-Literatura habían sobre su siguiente gran éxito: American Psycho. 

Por suerte Los Desesperados De Siempre no tuvieron razón y Menos que Cero fue una novela de culto, American Psico se convirtió en un clásico y Bret Easton Ellis es considerado la expresión de toda una generación y una gran marca e ironía de un mundo que poco tiene para ofrecer si no hay alguien dispuesto a contarlos en esos términos.

El dolor, la verdad, y su crudeza son motivos y fundamentos de la obra de Ellis y fue así desde el principio: cuando era adolescente sus historias le costaron grandes peleas con las personas que conocía porque en todas revelaba la verdad: su ex novia drogadicta y su proveedor y amante; el tipo que le puso mda al ponche; todas las personas con las que se había acostado fueran hombres o mujeres. A Bret Easton Ellis no le importó jamás decirlo, por indiferencia o por arrogancia, por su característica megalómana. Característica que, por otro lado, comparte con el personaje principal de Menos que Cero y Suites Imperiales: Clay, un pibe de 19 en el primer libro, que cuenta cuatro semanas que pasa en Los Ángeles y el mismo Clay pero ahora de 40 en el segundo que regresa a LA después de muchos años y una carrera medianamente exitosa como guionista de cine (cualquier parecido con la realidad de Ellis –hoy también guionista- es pura coincidencia). El trasfondo es el mismo: la superficialidad exasperante de la noche con todos sus excesos: incluídas muertes, violaciones, asesinatos, bestialidad narrativa y frialdad calculada y manipuladora pero sobre todas las cosas, es un trasfondo cubierto de mensajes en las grietas. Hay de algún modo un grito de ayuda desesperado de Clay en el primer libro por encontrarle un sentido a todo, una solución, un Clay que quiere salvar a su amigo del colegio Julian que se ve envuelto en la prostitución masculina obligado por sus deudas con los dealers, que mientras lo ve siendo penetrado por un hombre de 40 años en la habitación de un hotel no puede menos que esquivar la mirada y recordar cuando ambos jugaban al fútbol en la escuela. Clay en su desesperación recuerda pero no llora –no puede, no quiere, la merca no lo deja- las vacaciones con sus abuelos y lo fácil y feliz que todo parecía siempre un momento antes de ser arrasado por el mayor de los desprecios y lugar común de todos los personajes de ambos libros: el egoísmo sin términos ni condiciones. Ya en Suites Imperiales Clay ha perdido todo rasgo de romanticismo, casi cuarenta años después no hay redención ni perdón para ninguno de los personajes. Pero volvamos –o mejor dicho: sigamos- hablando del dolor. De ese Dolor.



La madre de Ellis, estando él en el secundario, recibió una carta de un profesor que decía que Bret escribía estupendamente bien, pero que se notaba que era alguien que sufría. Y sufría mucho. “Yo nunca juzgo a mis personajes. Escribo desde el sentimiento. Y mis personajes no son frívolos sino gente dañada que ha sufrido. Todos mis libros están escritos habiendo conocido el sufrimiento. Mis novelas están basadas en el dolor. Aunque después, escribir es una liberación. Es una terapia maravillosa".

Lo cierto es que a Suites Imperiales no le hace falta Menos que Cero y esta última destruye por completo a su secuela. Menos que Cero es lejos mejor que la segunda: no necesita de un misterio de fondo para mantener la atención, no necesita personajes misteriosos ni una subtrama de asesinatos, persecuciones y espionaje que sí sostiene a Suites. Bret Easton Ellis no necesita saquear a los primeros personajes que le dieron éxito  y si lo hace quizás sea por indiferencia o por arrogancia, da igual.


Después de él vendrían muchos intentando ocupar su lugar, lo que nunca entendendieron es que la mente de Ellis es una rosa blanca teñida con sangre que cae prendida fuego por un abismo donde al final, siempre al final, hay una fiesta esperándolo, una chica hermosa o un pibe muy fachero con quien acostarse, una línea de merca y, no podía ser de otro modo, un cartel gigante que dice: “Desaparezca Aquí”.

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*Obra: Menos que cero

*Autor: Bret Easton Ellis

*Editorial: Anagrama







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*Obra: Suites Imperiales

*Autor: Bret Easton Ellis

*Editorial: Mondadori

Bienvenido a mi pesadilla

Tim Burton vive en un universo paralelo donde se cuentan al mismo tiempo millones de cuentos de hadas oscuros y pop. En ese universo la princesa probablemente esté muerta y tenga grandes ojos y grandes ojeras y el príncipe no sea más que un pibe perturbado y sensible que no soporta las sonrisas marca Avon que se pavonean orgullosas e hipócritas a su alrededor. El universo Burton es una burla negra a un mundo al que no para de escupir aunque su enojo sea dulce y las historias no sean más que historias de amor.

Pero al igual que todos los universos (paralelos o reales), el de Tim Burton tiene una grieta importante: para regocijo de sus principales detractores existe una foto de un joven Tim peinado y sonriendo. La catástrofe, el símbolo de que su pelo alguna vez tuvo orden y su sonrisa un motivo válido: el último y único elemento que cuenta de otra forma la infancia que él describe como “muy atormentada”.



Era 25 de Agosto de 1958 cuando Bill Burton –que trabaja en Parques y Paseos luego de una fugaz carrera en el beisbol– y Jean –que tenía una tienda de regalos para gatos cuando nadie apuntaba al mercado de las mascotas llamado Cats Plus– tuvieron a su hijo Tim. Probablemente nació de noche. En la noche de Burbank: una tierra feliz para los padres, pero “un lugar maravilloso desde el punto de vista infernal”, según el niño. “Cuando uno es chico piensa que todo es extraño. Y, a su vez, uno piensa eso porque es chico. Pero un día uno descubre que ya es un hombre  y que… todo es extraño”.

Burton no se lleva bien con sus padres, no les habla –al día de hoy no les habla– y probablemente no lo haga nunca. Y no sólo sus padres lo molestan, también lo molestan el entorno, la fingida felicidad, el subtexto de normalidad: “Creo que en el ambiente en que yo crecí, sí, había un subtexto de normalidad. Ni siquiera sé lo que significa la palabra, pero está atrapado en mi cerebro. Es extraño. No sé si es específicamente estadounidense o estadounidense en el momento en que crecí, pero hay un sentido muy fuerte de la categorización y la conformidad. Recuerdo que estaba obligado a ir a la escuela dominical a pesar de que mis padres no eran religiosos. Nadie era realmente religioso, sino que era sólo el marco. No había pasión por ello. No hay pasión por nada. Sólo un lugar tranquilo, algo vaporoso, un tipo de semi-opresión, ¡una paleta en blanco en la que usted está viviendo!”.

La paleta está totalmente en blanco y él quiere llenarla de colores, bueno, en realidad, quiere pintarla totalmente de negro y revivir a personajes muertos y matar a personajes vivos y jugar con cadáveres que cantan y bailan y robarse la navidad en un intento desesperado de que lo quieran, el niño Burton quiere crecer y trabajar “de ser el hombre que está dentro del traje de Godzilla”. En un pésimo alumno, nunca leyó un libro, fundó el Club del Cementerio y filmó una película con muñequitos titulada The Island of Doctor Agor y su disco favorito es Welcome to my Nightmer de Alice Cooper. Cuando llega la noche se la pasa dibujando (es su modo de escapar de este-mundo a su-mundo) y, ya en la cama, le reza a su dios privado: Vincent Price.

Al terminar el secundario obtiene una beca para ir a CalArts (California Institute of Arts) fundado por el Sr. Walter Elías Disney ahora muerto y por su compañía ahora desesperada por encontrar a su sucesor, alguien que dibuje como Walt, alguien que pueda continuar con su legado de princesas platinadas y ratones que sonríen paranoicamente mientras mueve una varita mágica al ritmo clásico que le marca la orquesta de Philadelphia. “Me pusieron a dibujar para el zorro y el sabueso (un dibujo animado muy popular en los Estados Unidos). No me salían. No podía dibujar esos zorritos a la Disney. Los mío parecían topadoras”, recuerda Burton, que duerme 14 horas diarias (10 en casa y 4 en el trabajo –en un armario o debajo del escritorio-) hasta que lo trasladan y lo dejan dibujar lo que quiere. De esos dibujas nacerían, por un lado, los bocetos de lo más tarde sería El Extraño Mundo de Jack, y los poemas ilustrados de su libro: La Melancólica Muerte del Chico Ostra.



Escrito en 1997 y editado en español por Anagrama, al libro lo forman 23 historias con dibujos incluidos, narrados como poesía donde los personajes están repletos de desventuras e ideas atormentadoras y pasados horribles y futuros oscuros: algunos mueren, algunos están repletos de alfileres y no pueden moverse, otros tiene muchos ojos o muchos cables o están hechos de chapa o son directamente devorados por sus padres porque dan toda la potencia sexual que los progenitores han perdido y quieren recuperar: “supongo que si os coméis/ a vuestro niño podréis/ saciar el ansia carnal”, les dice el muy tierno y considerado doctor a los padres.

La enorme pecera que muestra detrás de los ojos de Tim a este desfile de personajes solitarios y diferentes y tiernos está explicado por las mismas fuerzas internas que movilizan a toda la marca Burton: el mundo es una porquería y los cuentos de hadas son mejores y sobre todo si tienen a la muerte y la oscuridad como marco narrativo, porque, se sabe, “cuando uno no tiene muchos amigos, y tampoco tiene una vida social, se convierte en alguien que puede observar las cosas, no tiene que hacerlas. Hay una extraña libertad al no tener que tratar a la gente como si fuera parte de la sociedad o alguien que tiene que cumplir con las relaciones sociales”.

Si el mundo fuera justo y estuviera bien contado, el universo Burton debería presentarse y terminarse con Alice Cooper cantando Welcome to my Nightmer, que es la invitación del mismísimo Burton, entre ropas negras y pelos despeinados:


“Bienvenido a mi pesadilla,
Pienso que te gustara,
Creo que vas a sentir que perteneces.
Nosotros reímos y gritamos aquí,
porque la vida es solo un sueño aquí,
Sabes que por dentro te sientes en casa…
Bienvenido a mi pesadilla,
Bienvenido a mi locura”

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*Obra: La melancólica muerte del chico ostra

*Autor: Tim Burton

*Editorial: Anagrama

El rey ha muerto

Existe una Agencia Tributaria en los Estados Unidos de Norteamérica. Esa Agencia está subdividida en cuantas partes hace posible el monstruo enorme de la burocracia estatal, el organismo que representa el nivel mayor de aburrimiento y de complejidad absurda e inútil. Una de esas divisiones son los Centros Regionales de Examen, entre los cuales hay uno en particular, en Peoria, Illinois, en donde empiezan a registrarse una enorme cantidad de empleados con extraños superpoderes, algo así como unos X-Men pero sin sus trajes de cuero y cuyas mutaciones se mezclan entre lo inútil y burocrático y el sinsentido irónico narrados por un David Foster Wallace al borde la muerte, al borde de un árbol.

David Foster Wallace, voz-influencia-escritor estrella-generacional, está escribiendo sobre el aburrimiento y está cerca de los 50 años (tiene 46) y lleva 10 años escribiéndolo e investigando sobre ello (hasta llega a tomar un curso sobre contabilidad), cuenta con casi 2.000 páginas ya escritas en cuyos márgenes y pies hay un millón de notas y detrás de sí está su esposa, su editor, su agente literaria, la editorial para la que publica, el mundo entero que lo espera ansioso pero, sobre todo, los restos del único de los males que lo acompañó siempre: una terrible e incurable depresión.



Los médicos dicen que está estable, que después de su adicción a las drogas y al alcohol y a las malas compañías y a la soledad sólo lo espera un camino más tranquilo, no saben si de felicidad (nadie tan inteligente puede ser totalmente feliz) pero por lo menos de paz. Es el año 2008 y hace 6 años que conoció a la mujer con la que está casado: Karen Green, quien en 2002 se acercó a él ofreciéndole pintar paneles sobre su obra y él no sólo que aceptó los paneles, sino que también a ella y a su hijo. Llevan una vida tranquila: ella pinta, él da clases de escritura creativa (actividad que le da de comer) y escribe lo que él mismo llama “the big thing”, y su editor se muestra preocupado: llama a David para que asista a las reuniones y presentaciones y charlas que tiene pautadas pero recibe como única respuesta que ahora no, “sabes que si me lo pides iré, pero por favor no lo hagas, estoy trabajando en algo grande y sabes que si me distraigo me cuesta volver al trabajo”. Esa gran cosa es El Rey Pálido.

En una carta escrita a Jonathan Franzen (su amigo-enemigo-competencia literaria- y segundo puesto eterno en la lista de escritores miembros de la Generación x –el primero será, vivo o muerto, David Foster Wallace-) puede leerse lo siguiente: “Me siento, digamos, peculiar, que es la palabra adecuada para escribirlo. (…) Escribo a regañadientes, sumido en sentimientos ambivalentes acerca de lo que hago, hundido en el dolor. Estoy cansado de mi mismo, de mis pensamientos y asociaciones mentales, de la sintaxis, de hábitos verbales. Mi trabajo atraviesa por una fase de gran oscuridad, lo demás es luminoso y gratificante. De modo que puede decir que estoy relativamente feliz”.

En el “relativamente” es donde finalmente se cuela la verdad: el 12 de Septiembre de 2008 Karen Green vuelve a su casa y encuentra a su marido muerto. DFW se quitó la vida.
“Lo bueno de todo esto: he perdido cerca de 10 kilos. Lo malo: ni siquiera he pensado acerca de escribir desde Septiembre. Y creo que no van a pasar hasta al menos 90 días antes de que me pueda poner a trabajar, aunque mi psiquiatra diga que estoy en una etapa bastante sana”, le había escrito a su agente literaria Bonnie Nadell, cuando ella quiso saber cómo andaba su trabajo.

Días después de su muerte, Karen y Bonnie entraron a su escritorio y se encontraron con todos los papeles que formaban El Rey Pálido, la novela incompleta y póstuma de David Foster Wallace. Telefonean a Michel Priest -el editor de David- quien pone orden y termina seleccionando, de entre la miles de páginas, las 551 que hoy forman la novela, incluyendo las notas de David que mencionan hacia donde van o de dónde vienen los personajes, incluyendo un prólogo del propio editor: “En ningún sitio de aquellas páginas había ningún esquema ni indicación del orden en que David tenía pensado poner aquellos capítulos. Había unas cantas notas generales sobre la trayectoria de la novela, y a menudo los borradores de los capítulos iban precedidos o seguidos de instrucciones que escribía David para sí mismo y que indicaban de dónde venia un personaje o hacia dónde podía dirigirse. Pero no había una lista de escenas, no había un arranque ni un final decididos, ni tampoco nada que se pudiera considerar un conjunto de instrucciones ni guías para El Rey Pálido. Al leer y releer aquellos montones de material, me quedo claro pese a todo que David se había adentrado mucho en la novela, creando un lugar nítidamente complejo y un conjunto de personajes que batallaban contra los demonios descomunales y aterradores de la vida ordinaria”.

Entre aquellos personajes extraños y complejísimos se encuentran los X-Men de la burocracia estatal: un hombre que recibe millones de datos extraños y la mayoría inútiles en su cerebro todo el tiempo; un adolescente que es algo así como un aspersor constante de transpiración obligado por ello mismo a saber con exactitud cuántos metros lo separan de la salida más cercana de una habitación, cuántas personas pueden verlo transpirar cada vez que le da uno de sus ataques desde los diversos ángulos que lo rodean; el mismo David Foster Wallace, que aparece en la novela como narrador, como personaje y además -como si no fuera suficiente- existe un tercer David Wallace que no es él sino que es alguien que lleva su mismo nombre con el que los jefes del Centro Regional de Examen lo confunden; un par de fantasmas y, sí, la prueba irrefutable de la repetición que implica el trabajo de un pasa-página (quien controla una a una todas las declaraciones de impuestos de los ciudadanos en busca de fallas que indiquen una estafa al estado y por lo tanto sean dignas de una auditoria que representen una ganancia mayor que los costos que implican): la historia de un empleado que estuvo días enteros muerto, en su sillón, sin que nadie se diera cuenta de ello.



Esos son algunos de los personajes que “batallan contra los demonios descomunales y aterradores de la vida cotidiana”, lo que David no pudo hacer, aunque más que contra la vida, él no pudo luchar contra sí mismo, contra el hastío que le provocaban sus propios sentimientos, su neurosis, lo que él llamaba: el monólogo interior.

*Fragmento del discurso de David Foster Wallace, a la generación 2005 del Kenyon College:
Estoy seguro de que ustedes ya se han dado cuenta de lo difícil que resulta estar alerta y atentos en lugar de ir como hipnotizados siguiendo el monólogo interior (algo que puede estar sucediendo ahora mismo). Veinte años después de mi propia graduación llegué a comprender el típico cliché liberal acerca de las Humanidades enseñándonos a pensar: en realidad se refiere a algo más profundo, a una idea más seria: porque aprender a pensar quiere decir aprender a ejercitar un cierto control acerca de qué y cómo pensar. Implica ser consiente y estar atentos de modo tal que podamos elegir sobre qué poner nuestra atención y revisar el modo en que llegamos a las conclusiones a las que llegamos, al modo en que construimos un sentido en base a lo que percibimos. Y si no logramos esto en nuestra vida adulta, estaremos por completo perdidos. Me viene a la mente aquella frase que dice que la mente es un excelente sirviente pero un pésimo amo.

Como todos los clichés superficialmente es soso y poco atractivo, pero en realidad expresa una verdad terrible. No es casual que los adultos que se suicidan con un arma de fuego lo hagan apuntando a su cabeza. Intentan liquidar al tirano. Y la verdad es que esos suicidas ya estaban muertos bastante antes de que apretaran el gatillo
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*Obra: El Rey  Pálido
*Autor: David Foster Wallace
*Editorial: Mondadori