martes, 26 de agosto de 2014

Un holograma para Dave

En un Holograma para el Rey, Alan (un hombre de 54 años con más deudas que activos y una hija a la que no puede pagarle la universidad y una mujer de la que no puede olvidarse y de la que está separado) viaja a la Ciudad Económica del Rey Abdalá como representante de Reliant (la compañía –norteamericana- más importante del mundo en materia de tecnología informática) para venderle al rey un holograma.

(Un-holograma-para-el-rey: título explicado. A veces Dave Eggers lo hace fácil)



La venta va a salvarle la vida. La suma es tan importante que va a solucionarle todos los problemas pero –la verdad sea dicha- la vida de Alan no tiene solución. Como un espejo absoluto que refleja en sí mismo todos los miedos y todos los males estadounidenses, como un relato ejemplificador que atrapa la caída del imperio y el cambio de era, Dave Eggers se mete con todas las personas que parecen haber quedado atrapadas en dos sistemas y que no pueden vivir en ninguno. La historia es el relato de la vida de Alan y es el relato de cómo la economía estadounidense en particular (y de la mayoría de los países desarrollados en general) paso de basarse en la producción de bienes tangibles (manufactura) al sencillo acto de prestar servicios. (Vease: sociedad posindustrial, post imperio, China is kicking our ass, y-todo-ese-rollo). Y así, Alan no puede ser como su padre, que es miembro de la generación que vio crecer y se enorgulleció de la industria (vive recordándole a Alan que en algún momento Estados Unidos fue un gran país que producía en casa sus malditas bicicletas y que Alan fue uno de los consultores que aconsejó que la producción se trasladara a la parte del mundo donde la mano de obra fuera más barata -cosas que hicieron todas las empresas del planeta-) y tampoco puede ser uno de sus asistentes en la presentación del holograma para el rey, hijos de la era de la informática y la tecnología de desarrollo. Alan no es ni una cosa ni la otra y Alan está solo en medio del desierto y espera a un rey que nunca llega mientras ve su vida pasar frente a sus ojos en fragmentos escogidos al azar y se emborracha con la única cosa que pudo encontrar: una especia de licor asqueroso que una mujer le regaló.

Alan está terminado.  Su carrera como consultor está terminada. Alan fundió su propia empresa, tomo malas decisiones, no puede hablar con su padre ni puede aconsejarle a su hija cómo tratar con su madre, ni puede acostarse con una mujer, y tiene una pelota en la espalda que cree que es la causa de todo su pesar y su desencanto y su desgano y su cansancio de la misma forma en que cree que la venta del famoso holograma para el rey va salvarle la vida. Alan cree muchas cosas.

La cuestión es que a Dave Eggers le gusta la no ficción (escribió relatos de no ficción como <<¿Qué es el qué?>>,  donde un sudanés que sobrevive a guerras y a campos de refugiados termina llegando a Atlanta) y no puede menos que intentar colar en sus libros lo que para él es importante de la realidad. Y en el holograma puede verse la puja de dos sistemas, el Padre de Alan (el viejo Estados Unidos) diciéndole: “Estoy viendo un programa sobre un puente gigantesco de Oakland, California, que está fabricado en China. ¿Te lo imaginas? Ahora nos hacen hasta los puentes. La verdad, no me sorprende. Cuando cerraron Stride Rite, lo vi venir. Vi venir todo lo demás: juguetes, electrónica, muebles. Si eres un inmaduro ejecutivo sediento de sangre empeñado en exprimir la economía para tu beneficio personal, tiene sentido. La bestia es así por naturaleza. Pero lo de los puentes no lo vi. Por Dios,  nos hacen otros los puentes. Y ahora estás en Arabia Saudita, vendiéndoles hologramas a los faraones. ¡Te llevas los aplausos!” y el nuevo sistema: un Estados Unidos que vende hologramas como espejitos de colores, y una Arabia Saudita llena de proyectos delirantes y de improbable futuro urgidos por la bonanza económica y sustentado en una ciudad casi fantasma (la Ciudad Económica del Rey Abdalá) que lleva construidos pocos edificios y que tiene a todos sus obreros viviendo hacinados en un mismo cuarto y peleándose por un celular mientras que las personas importante están una fiesta descontrolada con un hombre disfrazado de astronauta, una ciudad inserta en un Reino que tiene sus propias contradicciones. Mientras se esfuerza en reprimir a la mujer y a taparla con todos los trapos del mundo, uno de los negocios más populares vende lencería femenina al lado de la venta de frutas: “Vendían frutos secos, dulces, pequeños electrodomésticos y camisetas de fútbol, pero la mercancía más popular era la lencería femenina, expuesta en lugar preferente en los escaparates. Alan alzó una ceja mirando a Yusef (un amigo que Alan hace en Arabia Saudita) y este se encogió de hombros como diciendo: ¿Qué? ¿Acabas de descubrir las contradicciones del reino?”.

Y entre medio de todo eso está Alan, dudando si enamorarse o no, dudando si volver a Estados Unidos o no, dudando sobre si podrá o no cerrar la venta, dudando sobre su hija, dudando sobre su futuro, como si tuviese  el presente resuelto. Alan duda. Estados Unidos duda. Reliant duda. Hasta que un día aparece el Rey, que no duda, y pregunta por su holograma, como si llegara a la mesa reservada de un restaurant y un mozo (¿los Estados Unidos?) se diera vuelta y gritara hacia la cocina, hacia los hacedores de todo, hacia los nuevos dueños del lugar (¿China?): ¡Un holograma para el Rey!

***

*Obra: Un Holograma para el Rey

*Autor: Dave Eggers

*Editorial: Random House