En un
Holograma para el Rey, Alan (un hombre de 54 años con más deudas que activos y
una hija a la que no puede pagarle la universidad y una mujer de la que no
puede olvidarse y de la que está separado) viaja a la Ciudad Económica del Rey
Abdalá como representante de Reliant (la compañía –norteamericana- más
importante del mundo en materia de tecnología informática) para venderle al rey
un holograma.
(Un-holograma-para-el-rey:
título explicado. A veces Dave Eggers lo hace fácil)
La
venta va a salvarle la vida. La suma es tan importante que va a solucionarle
todos los problemas pero –la verdad sea dicha- la vida de Alan no tiene
solución. Como un espejo absoluto que refleja en sí mismo todos los miedos y
todos los males estadounidenses, como un relato ejemplificador que atrapa la caída
del imperio y el cambio de era, Dave Eggers se mete con todas las personas que
parecen haber quedado atrapadas en dos sistemas y que no pueden vivir en
ninguno. La historia es el relato de la vida de Alan y es el relato de cómo la
economía estadounidense en particular (y de la mayoría de los países desarrollados
en general) paso de basarse en la producción de bienes tangibles (manufactura)
al sencillo acto de prestar servicios. (Vease: sociedad posindustrial, post
imperio, China is kicking our ass, y-todo-ese-rollo). Y así, Alan no puede ser
como su padre, que es miembro de la generación que vio crecer y se enorgulleció
de la industria (vive recordándole a Alan que en algún momento Estados Unidos
fue un gran país que producía en casa sus malditas bicicletas y que Alan fue uno
de los consultores que aconsejó que la producción se trasladara a la parte del
mundo donde la mano de obra fuera más barata -cosas que hicieron todas las
empresas del planeta-) y tampoco puede ser uno de sus asistentes en la
presentación del holograma para el rey, hijos de la era de la informática y la
tecnología de desarrollo. Alan no es ni una cosa ni la otra y Alan está solo en
medio del desierto y espera a un rey que nunca llega mientras ve su vida pasar
frente a sus ojos en fragmentos escogidos al azar y se emborracha con la única
cosa que pudo encontrar: una especia de licor asqueroso que una mujer le
regaló.
Alan
está terminado. Su carrera como
consultor está terminada. Alan fundió su propia empresa, tomo malas decisiones,
no puede hablar con su padre ni puede aconsejarle a su hija cómo tratar con su
madre, ni puede acostarse con una mujer, y tiene una pelota en la espalda que cree
que es la causa de todo su pesar y su desencanto y su desgano y su cansancio de
la misma forma en que cree que la venta del famoso holograma para el rey va
salvarle la vida. Alan cree muchas cosas.
La
cuestión es que a Dave Eggers le gusta la no ficción (escribió relatos de no
ficción como <<¿Qué es el qué?>>, donde un sudanés que sobrevive a guerras y a campos de refugiados
termina llegando a Atlanta) y no puede menos que intentar colar en sus libros
lo que para él es importante de la realidad. Y en el holograma puede verse la
puja de dos sistemas, el Padre de Alan (el viejo Estados Unidos) diciéndole: “Estoy viendo un programa sobre un puente
gigantesco de Oakland, California, que está fabricado en China. ¿Te lo
imaginas? Ahora nos hacen hasta los puentes. La verdad, no me sorprende. Cuando
cerraron Stride Rite, lo vi venir. Vi venir todo lo demás: juguetes,
electrónica, muebles. Si eres un inmaduro ejecutivo sediento de sangre empeñado
en exprimir la economía para tu beneficio personal, tiene sentido. La bestia es
así por naturaleza. Pero lo de los puentes no lo vi. Por Dios, nos hacen otros los puentes. Y ahora estás en
Arabia Saudita, vendiéndoles hologramas a los faraones. ¡Te llevas los
aplausos!” y el nuevo sistema: un Estados Unidos que vende hologramas como
espejitos de colores, y una Arabia Saudita llena de proyectos delirantes y de
improbable futuro urgidos por la bonanza económica y sustentado en una ciudad
casi fantasma (la Ciudad Económica del Rey Abdalá) que lleva construidos pocos
edificios y que tiene a todos sus obreros viviendo hacinados en un mismo cuarto
y peleándose por un celular mientras que las personas importante están una fiesta descontrolada con un hombre disfrazado de astronauta, una ciudad inserta en un Reino que tiene sus
propias contradicciones. Mientras se esfuerza en reprimir a la mujer y a
taparla con todos los trapos del mundo, uno de los negocios más populares vende
lencería femenina al lado de la venta de frutas: “Vendían frutos secos, dulces, pequeños electrodomésticos y camisetas
de fútbol, pero la mercancía más popular era la lencería femenina, expuesta en
lugar preferente en los escaparates. Alan alzó una ceja mirando a Yusef (un
amigo que Alan hace en Arabia Saudita) y
este se encogió de hombros como diciendo: ¿Qué? ¿Acabas de descubrir las
contradicciones del reino?”.