Hace
un par de semanas (creo que la cantidad exacta de semanas como para permitirme
decir un mes) terminé de ver Hannibal (la serie) con mi mamá.
Cuando vuelvo a mi casa generalmente hacemos eso: vemos cosas que mi mamá nunca
vería por sí misma pero lo hace –lo hacemos– porque sabemos que estamos
compartiendo algo.
Mi
mamá es de esas personas que se toman cualquier tipo de ficción muy en serio. Y
cuando digo cualquier-tipo-de-ficción quiero decir desde Hannibal hasta,
por ejemplo, la novela colombiana La Tormenta (la cual vimos
los dos juntos por lo menos dos veces). Entonces cuando una de los personajes
de Hannibal es –dicho de la mejor manera– de una
“moralidad dudosa”, mi mamá se acomoda en el sillón y sencillamente dice: «Freddie Lounds es una puta ».
(FL es una periodista de policiales que hace cualquier cosa con tal de conseguir lo que quiere, aunque interfiera con una investigación policial, de pruebas que podrían servir para atrapar a un asesino serial, y lleve a todos los psicóticos que siempre están dispuestos a copiar a otros asesinos psicópatas y sociópatas en serie a que lo hagan ya que ella explica exactamente como la víctima fue descuartizada. Freddie Lounds es amarillista y podría escribir o más bien dirigir Crónica)
Y en
el momento en que en la serie deciden llevar a Abigail Hobbs a su propia casa
para reconstruir la escena donde su padre (el padre de Abigail) mató a su madre
y casi mata a Abigail y donde además descuartizó a un montón de chicas y
utilizó todos sus restos para hacer otras cosas (los huesos son buenos como
tuberías y el pelo hace realmente almohadones cómodos) a modo de ofrendas, mi
mamá se levanta del sillón y sin dejar de ver el televisor se agarra el pelo y
se lo tensa hacia atrás diciendo: «¡¿cómo le van a hacer eso por dios?!». Lo que mi mamá y yo no
sabemos en ese momento (SPOILER ALERT) es que Abigail Hobbs
ayudó a su papá a matar a todas esas lindas señoritas.
Hoy
es el cumpleaños de mi papá y entonces vuelvo a mi casa. Curiosamente
llegó a mi casa y me entero de que vamos a comer ñoquis. Un viernes a la tarde
se me ocurrió decir que tenía ganas de comer ñoquis y entonces mi papá me llamó
el sábado a la mañana para decirme que si quería volver a casa porque íbamos a
comer ñoquis. Le dije que sí. Hace un mes que todos los sábados al medio día en
mi casa (la casa de mis papas) se come ñoquis, hoy se lo señalé y me
dijo: «es casualidad, Pablo».
Me lo
dijo mientras yo intentaba leer un artículo en internet y le sostenía la cinta
métrica para que él pudiera mostrarnos a todos el tamaño de la mesa que él dice
va a hacer con sus propias manos y mientras en el otro extremo estaba mi mamá y
él: él sostenía la cinta y mi mamá le leía el número hasta que llegara a dos
metros y medio porque mi papá no ve los números chiquitos, lo que derivo en una
discusión sobre la mesa, el tamaño de la mesa, y sobre mi mamá gritándole a mi
papá: «¡Correte más atrás que
todavía no llegaste a dos metros y medios por dios!». Mi papá le
dijo que dejara de bullinearlo (del inglés bullying, que se
hizo muy popular en mi casa gracias a Cartoon Network).
Justo
en ese momento apareció mi hermana para responderme a la pregunta de «dónde está mi hermanito» con
la verbalización de gordo: «está
gordeando» me dijo. (Tenemos un problema con hacer verbos con
palabras que no lo son). Mi hermanito estaba tirado en la cama viendo las 24
horas de Los Simpson (GRACIAS POR TANTO, FOX) hasta que apareció a reclamar que
pusiéramos Fox en el comedor y señaló la contradicción entre un capítulo
de Los Simpson donde el Sr. Burns no está de acuerdo con una agresión hecha por
Homero a Carl (le tira con un postre) y dice: «¡¿qué te pasa?! es Carl»
y el
capítulo donde Carl le pide un aumento y Burns sin dudarlo lo despide
¿No era que Carl le caía bien? ¿Por qué defenderlo de un postre si después va a despedirlo?
Más
cerca del medio día mi papá decidió que tomáramos unos destornilladores pero mi
mamá prefirió fernet. Y mi hermana apareció con un regalo para mi papá que era
una picada envuelta en papel celeste al estilo: somos una compañía de desayunos
sorpresa, y con un escudo de Belgrano a la que mi papá se refirió como «el
mejor regalo que me han hecho» en los 52 años que cumple.
Entonces
nos sacamos una foto.